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Trabajo sexual es trabajo, por Lucia Solis

“En el Día Internacional de la Trabajadora Sexual, apostemos por oír antes de teorizar. Porque detrás del estigma social, el señalamiento y la precarización, hay mujeres y diversidades sexo genéricas sin derechos laborales que quieren ser escuchadas”.

El 2 de junio de 1975 más de 100 prostitutas ocuparon la Iglesia de Saint-Nizier en Lyon, Francia, como protesta ante la persecusión de la policía y el asesinato de dos compañeras, un contexto que las orillaba cada vez más a la clandestinidad y a poner sus vidas en peligro ante lo que ellas llamaron ‘’la hipocrecía de la sociedad’'. Por eso, en esa misma fecha pero desde 1976 se reivindica el Día Internacional de la Trabajadora Sexual, resultado de una lucha organizada pero, a la vez, una conmemoración cuestionada, incluso, dentro del movimiento feminista.

Abolición o regulación. Esas son las dos posturas más difundidas entre los feminismos. Existen quienes consideran que la prostitución no es más que el patriarcado en su forma más natural, aquel que coloca a las mujeres como objetos para el disfrute de los hombres que, además, pagan por ellas. Pero hay otro feminismo que diferencia entre explotación y decisión, entre trata y oficio. Definen la prostitución como un trabajo, exactamente, como trabajo sexual, el mismo que es peligroso, clandestino, precarizado y estigmatizado; no por la naturaleza misma de la prostitución, sino porque en un sistema patriarcal, clasista y capitalista, la mayoría de trabajos lo son.

Mientras que el feminismo abolicionista es defendido por mujeres, generalmente, académicas, privilegiadas, que suelen estar en contra de las llamadas ‘’leyes trans’' y cuyos planteamientos hasta coinciden con los que proponen agrupaciones de ultraderecha; el feminismo que propone sacar de la sombra el trabajo sexual a través de leyes y condiciones dignas, pide respetar la agencia de cada mujer, regular para poder identificar qué es trata y que no, desacralizar los cuerpos feminizados y cuestionar, más bien, la estructura de todos los trabajos en el capitalismo. Hablamos de las mujeres y personas que son perseguidas y extorsionadas por explotadores y policías por ejercer el trabajo sexual pero también de aquellas que cobran centavos por confeccionar ropa durante días enteros o que están practicamente secuestradas realizando labores de cuidado.

El trabajo sexual es afrontado por cada país de forma distinta. En Europa, por ejemplo, existen cuatro modelos: prohibicionista, reglamentista, abolicionista y legalizador; los mismos que se replican, con ciertas diferencias, en América Latina. El caso es particularmente complejo en Perú en donde, aunque la prostitución no es un delito por ley (como sí lo es el proxenetismo), los distritos son libres de implementar estatutos que la prohiban. En Lima, la ordenanza 479 en Los Olivos que la restringe totalmente es una muestra de ello.

Esta situación dificulta la identificación de limites, protocolos y de derechos humanos. En febrero de 2020, en la capital, mujeres trans denunciaban discriminación y violencia física en las requisas realizadas por las autoridades a raiz de un asesinato perpetrado por explotadores sexuales y extorsionadores. Como dice Georgina Orellano, escritora y lideresa sindical, entre el abolicionismo y el regulacionismo, quienes quedan al medio son las trabajadoras sexuales.

Se trata de una conversación que nos debemos como feministas pero también como sociedad en conjunto. Porque entre las posturas, según Orellano pero también de acuerdo a los feminismos decoloniales e interseccionales, están las mujeres que tienen que ver cómo, sin escucharlas, se reflexiona sobre ellas; se les niegan capacidad de agencia y se encienden debates sin rumbo mientras ellas continúan en la precarización.

En el marco del Día Internacional de la Trabajadora Sexual, apostemos por oir antes de teorizar. Porque detrás del estigma social, el señalamiento y la precarización, hay mujeres y diversidades sexo genéricas sin derechos laborales que quieren ser escuchadas.

Lucia Solis Reymer

Casa de Brujas

Periodista y editora de género en Grupo La República. Licenciada en Comunicación y Periodismo por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas y máster en Estudios de Género por la Universidad Complutense de Madrid.