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La epidemia del insulto en la política

Imposible transitar la política sin sentir asco y repugnancia.

Que un insulto suele describir mejor a la persona que lo lanza que a quien va dirigido se aplica a la congresista Patricia Chirinos por la andanada de agravios que le disparó a la ministra Betssy Chávez durante su interpelación, aludiendo, con vulgaridad inaceptable, a su cuerpo:

“Qué fácil le es llenarse la boca diciendo que está con los trabajadores, cuando en realidad los empuja a la informalidad y al desempleo. No solo tiene apetito de poder, tiene hambre de fama y reconocimiento, por eso trata con desdén a la prensa cuando revela sus gruesas equivocaciones. Ancha, robusta e ineficiente es la burocracia que está carcomiendo al país, aferrados al poder con uñas y dientes, hinchada de arrogancia, y al mismo estilo de su jefecito se comió las 95 citas de su tesis. Así como este gobierno padece de gula de poder, un ministerio no está hecho para saciar apetitos de poder”.

Se reproduce ese texto grosero que leyó Chirinos para que el amable lector experimente el desagrado que deben haber sentido los que oyeron a una congresista –quizá asesorada por un bardo de alcantarilla– que alucinó que burlarse del cuerpo de una colega potenciaría la efectividad de su mensaje.

El efecto bumerán la obligó a una disculpa que, sin embargo, no le devuelve la reputación perdida, aunque más curiosas fueron las expresiones de rechazo contra Chirinos de otros políticos que recurren al agravio inmisericorde como moneda corriente.

Como varios congresistas y el premier Aníbal Torres, paradigma del insulto que en la interpelación respondió antes que Chávez, volvió a la misma sarta de agravios que caracterizan su penosa actuación pública.

Luego de lo cual Pedro Castillo salió a defenderlo: “No voy a permitir que se le falte el respeto, doctor Aníbal, el pueblo sabe quiénes ponen el pecho por Perú”. Lo dice el presidente de un gobierno que usa, con financiamiento encubierto, las redes para volverlas en chiquero al servicio de la propaganda de sus objetivos políticos y el intento de demoler la reputación de sus críticos.

Lo cual tiene un efecto contagioso que ha convertido a redes, congreso, política y, en general, a muchos espacios de la sociedad en lugares imposibles de transitar sin sentir asco y repugnancia por esta epidemia del insulto.

La República

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