Experimento Palacín

Si bien un padre no es responsable de las cosas que haga su hijo (ni viceversa), el caso de Sebastián Palacín, vástago de Julián Palacín, uno de los poderosos mandamases del gobierno perulibrista, es solo la fresa del nauseabundo pastel de misoginia, sexismo y normalización de la violencia contra la mujer que nos ha servido este gobierno desde el inicio mismo de su mandato.

De hecho, en este régimen hay una sola cosa consistente en el tiempo y es el desprecio hacia el otro sexo, algo que se vio claro desde que, en campaña, el candidato Pedro Castillo señalaba que el feminicidio “es producto de la ociosidad que genera el mismo Estado” o, en una entrevista, increpaba: “¿Acaso nuestras propias alumnas no salen a partir de las once o doce de la noche a las grandes ciudades a prostituirse?”.

Tampoco olvidemos a los otros jerarcas del régimen, como don Guillermo Bermejo advirtiendo: “¡Ustedes no nos van a imponer sus huevadas de género, que aborte, que tanta vaina!”, o don Vladimir Cerrón sentenciando que “la revolución es como una mujer, necesita de hombres verdaderos”, o el expremier Guido Bellido metiendo a todas en el mismo colador: “La mujer es destructiva y despiadada a la hora de mezclar sus rencores y egoísmo...”.

Eso sin contar la infinidad de congresistas, ministros y funcionarios públicos con denuncias -y hasta sentencias- por golpear a sus parejas, abusar de sus hijos e ignorar sus deberes filiales, sin que esos “detalles” hayan sido detectados por quienes debían filtrar sus antecedentes.

Tal vez por eso a Palacín papá no le extrañó que su retoño se dedicara a lanzar tiktoks en los que denigraba al género femenino hasta llegar a aquel en el que describía, con lujo de detalles, el estupro, en dupla con un amigo, de una mujer ebria.

Ahora, el manganzón dice que se trataba de “un experimento social”, desopilante argumento que ya podría copiarse el gobierno en el que participa su padre para justificar sus diarias patinadas.