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Administrar lo urgente

“¿Esto puede cambiar? Con este gabinete, imposible. Con estos socios políticos, jamás. El daño ya no es una posibilidad. Ya está aquí”.

Con la mirada puesta en el futuro inmediato, muchos hemos escrito y hablado en la búsqueda de una salida constitucional y democrática a lo que ya es una crisis múltiple y a veces perpetua. Los poderes del Estado, sus relaciones y los partidos políticos no tienen cuando mejorar. Así intentamos varios caminos, desde espacios de concertación básica hasta ruegos para que los políticos hagan política. Sin embargo, no parece a la vista ningún resultado concreto. Ni 66, ni 87 votos. Ni referéndum, ni renuncia.

Mientras tanto, mientras no llega una solución concertada, el Gobierno naufraga. Pero no es cualquier naufragio. No es una chalana a remos que achicamos con un balde. Es un Titanic embistiendo un iceberg. El Estado peruano, con sus carencias y sus enormes defectos, había logrado proveer algunos servicios de forma impecable. Esos servicios han desaparecido, sin esperanza de volver. ¿Cómo sucedió esto? A una feroz pandemia sucedió un gobierno patrimonialista, que considera que el Estado es un botín para repartir. En las cúpulas de los cargos de confianza se colocan cuotas, ya sea del partido, ya sea del “recomendado”. Tener padrino, ya sea en Palacio o en el Congreso, entre los asesores del presidente o de sus ministros, es la presa por conquistar. En los niveles más bajos de la administración se colocan hordas de gentes que, al no necesitar especialidad, no saben ni de qué se trata lo que deben hacer.

Solo en 9 días, del 5 al 14 de abril, el Gobierno ha violado tres veces la libertad de tránsito, un derecho fundamental. Primero, un toque de queda basado en información falsa. Segundo, la imposibilidad de obtener un pasaporte, un asunto de gravedad constitucional, por pura incompetencia administrativa. Tercero, cerrar aeropuertos por la delictiva conducta de controladores aéreos, en complicidad con su empleador Corpac, impedidos de obstruir un servicio esencial. El costo de lo primero es de 1000 millones de soles. De lo tercero, unos 6 a 8 millones que iban directamente a un agonizante sector turismo de Semana Santa.

Podría hablar de brevetes, de los DNI, de las invasiones mineras frente a las que no existe autoridad o del derrame de Repsol, hasta ahora, sin terminar de limpiar. Los que han padecido estos modernos viacrucis ven cómo ante nuestros ojos, cómo las paredes de Kuélap, todo los que conocimos que funcionaba más o menos bien desaparece. Se hunde mientras que Aníbal Torres grita que la idoneidad es un invento del marketing y lanza retos penosos, tan deslucidos como los de Vladimir Cerrón, otro enemigo de la excelencia académica y la meritocracia.

A río revuelto, ganancia de pescadores. Aparecen todos los piojos a succionar lo que puedan a un Gobierno que le da lo que quiera a quien se adueñe por unos días de la pista. ¿No pagar infracciones de tránsito? ¿Resucitar universidades muertas? ¿No hacer interdicción de hoja de coca? ¿La Pampa llena, otra vez, de mineros informales? ¿Pagar a los fonavistas una suma monstruosa que no les corresponde? ¿CTS del sector privado para maestros del sector público? Ni la consolidación de la deuda interna del siglo XIX se atrevió a tanto. Pedro Castillo en modo “pasa y sírvete”, pero con un Congreso que delira de entusiasmo en esto de repartir lo ajeno, no importa a quién, con tal de hacerle un agujero más a la recaudación.

¿Qué trae esto? Corrupción y delincuencia institucionalizada. Inflación para todos, más pobreza para los más pobres que serán, a la hora del reparto de las migajas, los más desatendidos. Una masa desempleada, cuyo desempleo se agrava con el entusiasta concurso de la ministra Chávez, que no va a parar hasta destruir lo poco que queda de formalidad porque cree que esta se inventa por decreto, mientras prepara el asalto a Servir.

¿Esto puede cambiar? Con este gabinete, imposible. Con estos socios políticos, jamás. El daño ya no es una posibilidad. Ya está aquí. Y la única respuesta del Gobierno a todas estas irreparables perdidas es “lamentamos los inconvenientes”. ¿Cuánto va a durar esto? No hay resurrección sin Viernes Santo. Esperemos que el paso de la muerte sea corto y la reconstrucción, inmediata. Mientras tanto, a pelear cada día por cada derecho atropellado. A denunciar cada día a los vividores del erario, a los salvajes del trámite y a los asaltantes de caminos. A no bajar los brazos y a no ceder lo que ya habíamos ganado. Mejores días vendrán, feliz Pascua.

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