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El escritor que agoniza

“Gálvez Ronceros desde su Chincha natal retrata la heterogeneidad social del Perú cual orfebre de la palabra en patota con Vargas Vicuña, Lucho Loayza y el maestro Julio Ramón Ribeyro”.

Conocí a Antonio Gálvez Ronceros en el Bar Palermo en 1973. Era una noche de ese cálido verano y en su mesa, entre cervezas y cigarros, las frases de la conversa eran como explosiones pirotécnicas. Cierto: estaban también en la reunión los escritores Gregorio Martínez y Oswaldo Reynoso. Desde esa vez lo consideré mi maestro porque él ordenó mis lecturas y el amor a las palabras. Hoy me entero que está hospitalizado y muy delicado de salud con un agresivo cáncer al pulmón. Y yo sé de esos padecimientos, la curva de la vida, el temor a la eternidad.

Hoy que reviso sus libros, casi todos dedicados, confirmo que en su escritura existe un prolijo oficio esmerado con la elocución y que cada texto mantiene una carga musical demás del humor, tan natural en los campesinos negros del sur del Perú, como el Matalaché de López Albújar o el Candelario Navarro de Goyo Martínez.

Gálvez Ronceros desde su Chincha natal retrata la heterogeneidad social del Perú cual orfebre de la palabra en patota con Vargas Vicuña, Lucho Loayza y el maestro Julio Ramón Ribeyro.

A finales de 1980 lo entrevisté en la Biblioteca Nacional donde había llegado para una conferencia y me habló de su cuento “Joche” que figura en su libro Los ermitaños. Entonces me contó que ese relato le tomó más de cuatro años, de 1957 a 1961. El cuento habla de la muerte de un niño, hijo de campesinos mestizos y es el mejor ejemplo de su cuidadoso estilo, que a decir de Hildebrando Pérez Grande contiene una magia y una escritura primorosa, gozosa, de invención lingüística, rigor en el uso de la lengua, audacia en la recreación de la oralidad. Es pues una prosa de alturas poéticas como las que plasmó en sus relatos “El animal está en casa” y esa pequeña pero magistral obra maestra “Octubre”, que aparece en su libro celebrado Monólogo desde las tinieblas.

Gálvez Ronceros perteneció a la brillante generación de los años 50, la de Miguel Gutiérrez, Vargas Vicuña, Higa, que se nuclearon alrededor del Grupo Narración. Y fue un lector voraz. De él aprendí a querer a los compadritos de Borges y los muertos-vivos de Rulfo. Porque Antonio es un escritor clásico y sus personajes son sencillos y transparentes, peruanos de estirpe africana –había nacido en El Carmen– al contrario de los seres de las obras de Alfredo Bryce o Diez Canseco, limeños de linaje. Por ello estas líneas Antonio, mi profesor sanmarquino, ahora que luchas contra la muerte. Y sé que vencerás.

La República

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