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Elogio de la cordura

“La situación es desesperada y la responsabilidad recae en la gran mayoría de actores políticos, económicos e intelectuales. Por ello se requiere tomar medidas extremas que nos permitan recuperar la cordura...”.

Dos pensadores, a los cuáles respeto y aprecio —Carmen McEvoy y Alberto Vergara—, han expresado este reciente domingo la urgencia de tomar medidas para frenar la locura que parece haberse adueñado de nuestra república. Ambos coinciden en que no se trata tan solo del Ejecutivo, cuya sinrazón y venalidad no dejan lugar a dudas. Para muestra el botón del premier Torres elogiando a Hitler y Mussolini en un Consejo de Ministros en Huancayo. Haciendo gala, además, de una pretenciosa ignorancia al respecto, que fue demolida por Fernando Carvallo en RPP.

Cuando Erasmo de Rotterdam escribió su “Elogio de la locura”, en pocos días y durante una estadía en casa de su amigo Tomás Moro, lo hizo en tono satírico y jugando con varios niveles de sentido, sin imaginar que estaba redactando una obra para la posteridad. Incluso le disgustó el enorme éxito popular de su texto, pues su intención era subversiva. La locura es presentada como una diosa criada por la ebriedad y la ignorancia, cuyos compañeros son el narcisismo, la adulación, el olvido, la pereza, el placer, la demencia, la irreflexión, la intemperancia y el sueño profundo.

¿Ven por qué es una obra clásica? Escrito en 1511, el Elogio sigue tan actual como entonces. Sin embargo, McEvoy y Vergara saben que el Perú ya no da para ironías o retruécanos. La situación es desesperada y la responsabilidad recae en la gran mayoría de actores políticos, económicos e intelectuales. Por ello se requiere tomar medidas extremas que nos permitan recuperar la cordura, ese bien escaso que hoy parece más remoto que un zoom con Plutón. Alberto Vergara plantea una mesa de trabajo, en la cual se sienten representantes de todo el espectro político, cuyo requisito principal sea su capacidad de dialogar y escuchar. Su punto de apoyo es que los sectores democráticos no están representados. De ahí saldrían propuestas que no se limiten a las indispensables renuncias de Castillo y el Congreso. Sin embargo, como bien señala la historiadora —sin proponérselo, Carmen se ha convertido en la maestra que todos hubiéramos querido tener—, esta es una vieja historia y este es un episodio más de esa saga funesta. Urge, nos dice en la entrevista que le hace Enrique Patriau en La República, una reforma estructural del Estado y un proyecto de reactivación económica. Con los representantes actuales, alérgicos a la democracia y adictos a la repartija, esto será imposible. La calle, enfatiza Vergara, tiene la sartén por el mango, aunque todavía no lo sepa.

La República

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