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No es piropo, es acoso

“Este 2022 se cumplen siete años de la publicación de la Ley Nº 30314 para prevenir y sancionar el acoso sexual en espacios públicos, la primera en la región que obliga a ciudades y distritos a desarrollar ordenanzas contra este tipo de violencia machista”.

Hace menos de 100 años, en el Perú y en el resto de Latinoamérica, era impensable que las mujeres pudieran votar. Era lo normal, el orden de las cosas. Y, aunque finalmente se logró y hoy en día el voto femenino es incuestionable, existen muchas otras conquistas para la igualdad de derechos que son, incluso, más contemporáneas. El derecho a caminar libres por la calle, por ejemplo. Aún no lo conseguimos en su totalidad pero, al menos, ahora hay consecuencias para quienes no permitan que lo ejerzamos.

Este 2022 se cumplen siete años de la publicación de la Ley Nº 30314 para prevenir y sancionar el acoso sexual en espacios públicos, la primera en la región que obliga a ciudades y distritos a desarrollar ordenanzas contra este tipo de violencia machista.

Porque aquella mirada que las mujeres reconocemos mientas caminamos, los roces intencionados dentro de una combi, lo que nos gritan desde un auto particular o un taxi (hasta desde un patrullero de policía), los sonidos de besos no solicitados ni bienvenidos, los que se acercan por atrás en las discotecas mientras bailamos con amigas y tantas otras muestras de ‘’conducta física o verbal de naturaleza o connotación sexual realizada por una o más personas’' que atentan contra nuestros ‘’derechos fundamentales como la libertad, la integridad, y el libre tránsito, creando en ella intimidación, hostilidad, degradación, humillación, o un ambiente ofensivo en los espacios públicos’', como dice la Ley, es una forma de violencia de género.

¿Por qué? porque es perpetrada contra mujeres por el hecho de serlo y porque, aunque sus más avezados defensores no lo vean, nada tiene que ver con el halago; se trata, más bien, de una demostración de poder y de las relaciones desiguales construidas a causa de los roles de género. Porque las mujeres, desde niñas, diseñamos estrategias para cambiar de calle, aprendemos a reconocer gestos, a desviar miradas, a tragarnos la rabia por miedo, a evitar usar cierto tipo de ropa, nos imponemos un toque de queda, tenemos que gastar más en taxis y hasta pedir a alguien que nos acompañe. El acoso callejero delimita y condiciona nuestra relación con el espacio público desde muy pequeñas.

Incluso, cientos de niñas y mujeres que enfrentan estos episodios son doblemente agredidas por razones relacionadas a su raza, identidad de género, orientación sexual, entre otras. La vieja confiable: ‘’Ya no se puede decir nada’' solo revela la desconexión y falta de empatía que existen con las vivencias que tantas acumulamos por años; desvela lo preocupante que es desconocer el consentimiento y las consecuencias que trae no respetarlo. Hay mucho que hacer; pero que exista una ley que prevenga y sancione el acoso sexual en las calles es un primer paso importante. De hecho, el último 8 de marzo, Día de la Mujer, la Autoridad de Transporte Urbano (ATU) aprobó un protocolo destinado a atender casos dentro del transporte público en Lima y Callao.

Se trata de cambiar sentidos comunes. No es ‘’favorecer’' a las mujeres, es garantizar sus derechos. No es piropo, es acoso. Así como la negación al voto femenino nos parece, ahora, un sinsentido; hoy se lucha para que el acoso sexual en los espacios públicos, eventualmente, deje de estar normalizado y justificado en nuestro entorno; para que esta forma de violencia de género tenga consecuencias reales, para que las mujeres y disidencias podamos caminar libres y sin miedo.

Lucia Solis Reymer

Casa de Brujas

Periodista y editora de género en Grupo La República. Licenciada en Comunicación y Periodismo por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas y máster en Estudios de Género por la Universidad Complutense de Madrid.