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No hay censura singular, por Santiago Alfaro

“La importancia de garantizar la libertad artística está por encima de las polémicas que rodean las creaciones”.

Por: Santiago Alfaro Rotondo, sociólogo por la PUCP.

El reglamento de teatros de 1849, el primero aprobado después de la Independencia, instituyó la censura previa al prohibir la exhibición de obras donde, entre otros motivos, se “faltase respeto a la religión”. Su objetivo era “impedir el entronizamiento de las malas pasiones y la deificación de los vicios”. Nueve congresistas del partido Renovación Popular tienen nostalgia de aquellos tiempos de control sobre las artes, de dirigismo cultural. Eso puede interpretarse por el oficio que enviaron a la ministra de Cultura para trasladar el “malestar ciudadano” por la película Un romance singular.

Según los congresistas, liderados por Milagros Jáuregui de Aguayo, empresaria de la fe y autora de la frase “ninguna mujer debe socavar la autoridad que Dios le entregó al varón”, el largometraje “incita al odio y a la discriminación por religión” porque consideran que fomenta la idea de que los creyentes representan un “elemento negativo para la sociedad”. Por esa razón, sin dar más argumentos, no solo cuestionan su “aporte cultural” sino también el estímulo económico que le otorgó el Ministerio de Cultura.

La queja de los colegas de Rafael López Aliaga constituye una amenaza al derecho a la libertad de expresión. A nivel nacional e internacional, su reconocimiento no se agota en el derecho a expresarse de forma oral o escrita. También abarca la libertad de transmitir el pensamiento a través de cualquier medio como el del arte cinematográfico. Así lo indicó la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que anuló la censura previa a la película La última tentación de Cristo, dispuesta en los años noventa por el Estado chileno y alentada por un grupo de religiosos. La libertad artística es una forma de libertad de expresión.

Por lo mismo, el malestar que pueda generar en algunos la historia de amor entre un evangélico y una extrabajadora sexual, no justifica cuestionar ni su difusión ni su apoyo por parte del Estado. La importancia de garantizar la libertad artística está por encima de las polémicas que rodean las creaciones. Además, el Ministerio de Cultura, justamente para evitar cualquier intromisión política o ideológica, subvenciona proyectos culturales en base al dictamen de un jurado independiente y especializado. Los servidores y funcionarios públicos no intervienen en los contenidos porque la misión de una política cultural contemporánea es darle autonomía a la creatividad, no dirigirla, como sucedía en el siglo XIX.

La democracia, como decía Giovanni Sartori, es un “gobierno de opinión, un gobernar fundado en la opinión”. Querer evitar que investigaciones periodísticas sean publicadas en libros o que una película protagonizada por actrices transgénero sea subvencionada atenta contra ese principio y deriva en un intento de censura. No hay censuras singulares: cualquiera de sus versiones restringe las libertades ciudadanas.