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Por querer matar a un ruiseñor, por Augusto Álvarez Rodrich

Troles a destajo, idiotas e ilustres que se vuelven idiotas.

Es un error concluir que el exabrupto penoso del periodista que invitó en twitter a asesinar al presidente Pedro Castillo es un hecho vinculado al periodismo, como equivocadamente creen algunos, pues el problema no es de mal ejercicio del oficio, sino de la polarización crecientemente violenta y peligrosa que se apodera del Perú.

Esta vez el agresor fue periodista, pero pudo ser profesor, culta museógrafa, ingeniero, científica que reclama los laureles de precursora de la ciencia, o, también, no tener oficio ni beneficio, entre muchos que ayudan a que las redes se vuelvan un lodazal inmundo.

Y el periodismo, a su vez, no puede haberse degradado tanto como para llegar a pensar que twitter, red donde es cada vez más difícil encontrar información verificada, valiosa y no agraviante, pueda ser calificado como tal.

Pero el problema no solo está en las redes, sino, en general, en la creciente tensión y polarización que vive el país desde hace varios años, como apuntó Augusto Ferrero Costa al asumir la presidencia del TC hace dos semanas.

En el congreso nomás, dos parlamentarios se la chocan para agarrarse a trompadas ‘a la salida’; otro –que es doctor– exige que le nieguen atención por covid a un expresidente que abusó del poder para vacunarse antes que todos; una colega manda “al carajo” al presidente en un acto público; y otros llaman a la violencia porque la mayoría restringió el uso del referéndum.

Pero las redes aún son el paraíso del charco, como precisó hace tiempo Umberto Eco: “Le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los necios. El drama de internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”.

En las redes hay muchos troles a destajo, idiotas, e ilustres que se vuelven idiotas enredados. Algunos de estos últimos no se dan cuenta de que se dañan a ellos mismos, como pudo probar el periodista despedido por querer matar al presidente. “Twitter es una máquina muy eficaz para atacar al contrario, y casi perfecta para arruinar la propia imagen”, señaló Pablo Ordaz en El País.

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