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EE. UU.: segunda guerra civil

“Una encuesta difundida por la ONG Brookings hace unos pocos meses mostraba que 46% de la población consideraba a una futura guerra civil probable, versus 43% que la estimaba improbable”.

La crisis política en los EEUU ha venido siendo leída como una crisis de su democracia. Pero ahora el aniversario del asalto trumpista al Capitolio ha reanimado el tema de la posibilidad de una nueva guerra civil en ese país. El argumento de base para esto es que hay polarización, encono y armas suficientes como para imaginar un escenario así.

La guerra civil que todos recuerdan (1861-1865) fue entre los Estados industriales del norte y Estados agrícolas confederados del sur, con ejércitos de línea de ambos lados. Uno de sus ejes centrales fue la abolición de la esclavitud. Le tomó un buen tiempo al sur asumir psicológicamente su derrota, pero el país finalmente logró reconciliarse.

Quienes ahora hablan de una nueva guerra civil no la conciben como una copia de la anterior, sino como un conflicto adaptado a los tiempos. En realidad la expresión se utiliza para llamar la atención sobre la gravedad de las confrontaciones en curso a lo largo y ancho de una democracia estadounidense bajo ataque.

David Remnick, en The New Yorker, glosa la visión de Barbara Walter en su libro sobre cómo empiezan las guerras civiles. Menciona “una era de violencia dispersa pero persistente: bombas, asesinatos políticos, actos de guerra asimétrica por parte de grupos extremistas que van confluyendo vía las redes sociales”.

En el fondo esa es una versión ordenada y más dramática, si cabe, de lo que ya estamos viendo desde hace algunos años, como el disfrute de la libertad convertido en un ejercicio de intolerancia. Está haciendo la diferencia que muchos grupos extremistas se hayan ido asimilando al ala derecha radical del Partido Republicano.

La versión es ordenada, pero lo que describe no. Se advierte sobre una suerte de guerra civil desordenada y con visos de permanente. Algo que finalmente podría desembocar en islas de lealtad territorial antagónica, más allá de lo electoral. Mucho va a depender de cómo le vaya a Donald Trump en las próximas elecciones.

Una encuesta difundida por la ONG Brookings hace unos pocos meses mostraba que 46% de la población consideraba a una futura guerra civil probable, versus 43% que la estimaba improbable. Inquietantes cifras para algo que hace no mucho era simplemente impensable.

La República

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