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¿Silenciar a los “Zorros de abajo”?

“Con esta historia y contexto, que en estos tiempos se pretenda impedir una reunión de sectores indígenas, preocupa. Sería indefendible desde el derecho internacional o constitucional...”.

El derecho a opinar es legítimo y debe defenderse. Pero es preocupante la beligerancia contra la reunión de Runasur -ahora postergada- prevista para la próxima semana. Más allá de si se podía coincidir o no con lo que se iba a discutir en ese encuentro (como los que ha habido decenas en los últimos veinte años), sí llaman la atención reacciones que encierran intolerancia y ataques insólitos contra una imaginada -e inexistente- amenaza a la integridad territorial.

Se producen con frecuencia encuentros nacionales, regionales e internacionales; religiosos, culturales y políticos. Estamos en un país democrático y, luego de dichos encuentros, el suelo sigue parejo.

Tres reflexiones y consideraciones se me vienen a la mente a propósito de esta tormenta en un vaso de agua.

Primera: El zorro de arriba y el zorro de abajo, libro póstumo de José María Arguedas, es mucho más que una novela. Trata del encuentro/ desencuentro entre el mundo andino y la costa, el racismo a flor de piel contra lo indígena, en el febril Chimbote de la década de los sesenta del siglo pasado. El texto encierra -y se intercala- con el desgarrador diario de quien marchaba a quitarse la vida (finalmente lo hizo en su despacho de la universidad, en 1969).

Ese desencuentro y tensión con lo andino y los andinos es el telón de fondo y hasta la esencia de las historias que aborda Arguedas; la cosmovisión quechua y el espacio tiempo-espacio andino como componente de nuestra identidad. Es una cosmovisión que muchos costeños, y en particular limeños, miraron secularmente por encima del hombro.

Segunda: la mirada peyorativa a la cultura y expresiones culturales de lo andino. Si mentes “modernas” exaltan la globalización en todos los aspectos, incluyendo el arte y las ideas del mundo, con lo andino no ha ocurrido ni ocurre lo mismo.

Un ejemplo: cuando se dio a conocer en 1975 que el Premio Nacional de Cultura en el área de arte se le había otorgado al extraordinario retablista ayacuchano Joaquín López Antay, y no a un pintor o escultor de Bellas Artes o de la Universidad Católica, un sector ideologizado armó un escándalo. “Eso no es arte, es artesanía”: la esencia del mensaje contra ese “peligroso y usurpador” protagonismo de lo andino e indígena. Galones de tinta se gastaron en esa batalla contra esa “insurgencia cultural”.

Se podrá decir que ocurrió hace muchos años y que el Perú ha cambiado. Es cierto, pero solo ha cambiado en parte. Me temo que semejantes ríos subterráneos de desconfianza y de minusvaloración a lo andino -y al pluralismo cultural en serio- siguen corriendo poderosamente en nuestro país.

Tercera: lo destacado por el canciller Oscar Maúrtua ayer en estas páginas y hace días por la Sociedad Peruana de Derecho Internacional, que recuerdan que desde hace décadas se producen en el Perú reuniones nacionales e internacionales semejantes de organizaciones de pueblos indígenas en los que se habla de plurinacionalidad, integración y demás. Sin que arda Troya; haciendo uso del ejercicio de la libertad de reunión, expresión y asociación.

Con esta historia y contexto, que en estos tiempos se pretenda impedir una reunión de sectores indígenas, preocupa. Sería indefendible desde el derecho internacional o constitucional. Hay que deshacerse de musgos que profundizan la división del país y la desconfianza entre peruanos, uno de nuestros peores lastres.

Debemos asumir nuestras obligaciones como sociedad democrática respetando el pluralismo y actuar, entre otras cosas, en consonancia con la identidad de “todas las sangres” que nos define y conforma.

Evo

Evo Morales, expresidente de Bolivia, brinda conferencia de prensa en local partidario de Per� Libre.

La República

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