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¿Puede cambiar Castillo?

Ojalá, pues, si no lo hace, no podrá completar el mandato.

Solo ha transcurrido 7% de la presidencia de Pedro Castillo, lapso breve, pero acaso suficiente para hacerse una idea de lo que se puede esperar en todo el mandato, y, teniendo en cuenta la gran decepción generada en los 134 días que han pasado desde el 28 de julio, la pregunta que muchos se hacen es si en los 1,691 días que le quedan puede hacer lo que no ha hecho hasta ahora: aprender y mejorar su desempeño.

El rechazo 76-46-4 a la admisión a trámite de la vacancia ocurrida anoche en el congreso es consecuencia de un desinfle del proceso por el impacto de un mal reportaje periodístico y de la poca vocación de los parlamentarios a perder su empleo.

Eso no implica que desaparezca el riesgo de la vacancia, pues algunas agrupaciones de la derecha no cesarán en el intento, al igual que la izquierda si Castillo no se allana a sus motivaciones.

La suerte de Castillo, sin embargo, no está echada, y el instrumento principal para consolidar su presidencia es sencillo de plantear, aunque difícil de lograr: hacer un buen gobierno.

El obstáculo central para avanzar en esa dirección es el propio Castillo, por su impericia; falta de liderazgo; carencia de claridad sobre los objetivos y las políticas públicas para concretar los buenos deseos que, sin duda, hay; así como el desconocimiento sobre los efectos de los anuncios que hace.

La presidencia de Castillo es una continuidad de desatinos y anuncios que no se concretan porque son malas ideas –transformar palacio de gobierno en museo, crear el ministerio CTi, vender el avión presidencial, estatizar el gas– o porque son solo frases sin sustento real, como esa de la lucha anticorrupción como eje “con la autoridad moral que siempre nos ha caracterizado”.

Castillo es el presidente elegido y no tiene por qué ser el estadista que obviamente no es, pero bastaría con que se deje ayudar rodeándose de gente capaz y honesta, a diferencia de muchos de los que hoy lo rodean, una responsabilidad de la que no puede exonerarse.

Lo mejor que le puede ocurrir al Perú en este lustro es que Castillo no sea vacado, y haga una presidencia básica que, al menos, no deje más pobres de los que recibió, lo cual depende de que cambie radicalmente, algo que, cada día que pasa, se ve menos probable.

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