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Almudena Grandes (1960-2021)

“En las sentidas páginas de las novelas de esta inmensa madrileña, una de esas tantas Españas, una ‘ha de helarte el corazón’”.

La madrileña Almudena Grandes perteneció a la generación que alcanzó la adolescencia cuando el generalísimo Franco moría la madrugada del 20 de noviembre de 1975, en el Hospital de la Paz. Grandes, Antonio Muñoz Molina, Javier Cercas, Manuel Rivas y otros de su generación escribieron sobre los años del franquismo, y con ello ayudaron a instalar eso que se llama la Memoria histórica.

¿Por qué escribieron sobre una guerra que no alcanzaron a conocer sino de oídas?, ¿qué se les había perdido en ese pasado? En Al otro lado del hielo, que es un apunte a su novela El corazón helado, Almudena Grandes menciona a la escritora republicana María Teresa León, a la profesora Laura García Lorca, cuñada del poeta, y a otras muchas mujeres y hombres con nombre y apellido y sin él que sufrieron el despojo, la cárcel, el oprobio con la canalla franquista. La escritora conocía a esos ancianos que fueron los jóvenes de la generación del 27 que empuñaron las armas, que fueron los niños que sufrieron los bombardeos en el Madrid antifascista, los hijos de los ajusticiados –unos tres mil– en el cementerio del Este, hoy de la Almudena, los hijos de los presos republicanos sepultados en vida en los oscuros pozos de Arucas, en Canarias. En fin, Almudena Grandes rescató la memoria que era recuerdo doliente de los abuelos y las abuelas de su generación.

Hay en las novelas de Grandes un hondo sentimiento de “agravio moral” –tomando el término de E.P. Thompson–. En El corazón helado, el anciano Ignacio Fernández lleva a su nieta, la pequeña Raquel, a casa de Julio Carrión, un hombre de negocios que hizo fortuna bajo el franquismo a expensas de familias como los Fernández –o los García Lorca, en la vida real–, que tuvieron la desgracia de estar en el bando de los perdedores.

Los Fernández habían perdido sus propiedades que no eran pocas. Se dejaron esquilmar, sin tomar acciones mientras vivieron en Francia, sin que sus parientes en España movieran un dedo, porque tenían miedo. “Todos teníamos miedo, los ricos y los pobres, los cultos y los incultos, todos, mucho miedo”, informa Anita a su nieta, Raquel, ignorante de esa otra España. Son generaciones de españoles retratados en esa novela, las que comían pan negro y lentejas, masticaban en silencio y asentían porque había que asentir. Si María Teresa León escribe Memoria de la melancolía sobre la vida de los exiliados de la II República que era la suya, en la obra de Almudena Grandes se respira una honda melancolía por la memoria escamoteada a esas gentes.

En El corazón helado y en esa gigantesca saga galdosiana, Episodios de una guerra interminable, Grandes se ocupa de la España en guerra, de la enmudecida España franquista y de la cicatriz que dejó la dictadura en los españoles de hoy. Y en las sentidas páginas de las novelas de esta inmensa madrileña, una de esas tantas Españas, una “ha de helarte el corazón”.

La República

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