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Sembrando vientos…, por Diego García-Sayán

“Vamos mal si el país no sale del círculo vicioso de marchas y agresiones extremistas junto a un gobierno en el que aún hay impericia y que no tiene mayoría parlamentaria para poder funcionar adecuadamente”.

Como dice el refrán, quien siembra vientos, cosecha tempestades. O, en sentido inverso, quien bien siembra, bien cosecha. Se me viene esto a la mente a propósito del telón de fondo de la creciente polarización latinoamericana y un extremismo de derecha cada vez más radical. De algo así no tiende a salir nada bueno.

Esto viene a cuento a propósito de la actual polarización en el Perú acompañada de ruidosos tambores de guerra desde una ultra derecha que organiza y financia no solo marchas y buses, sino grupos violentistas (La Resistencia y demás). Operando estos últimos hasta el momento –hay que decirlo– con lamentable impunidad. Hay en ello una agenda política evidente y precisa que se alimenta, por cierto, de impericias e inconsistencias gubernamentales. Polarización promovida como herramienta de acumulación de fuerzas para el propósito explícito de tumbarse, desde el inicio, al gobierno elegido haciendo uso arbitrario de la figura de la “vacancia”.

Hay que diferenciar, por ejemplo, entre la actitud de este sector extremista peruano con lo que ocurre en otros países en los que también hay polarización, pero los resultados electorales son acatados por los perdedores. Quienes perdieron lo lamentan, pero pasan a la acción política que les compete –a veces con fuerza y ruido–, pero no a batallar por generar inestabilidad recurriendo a la financiación de grupos violentistas.

Incluso en la elección presidencial latinoamericana más reciente, en la usualmente convulsionada Honduras, Nasry Asfura, candidato perdedor, ha reconocido el triunfo de Xiomara Castro. Y así ha ocurrido con los resultados –respetados por todos– en las legislativas en Argentina o en la primera vuelta presidencial en Chile. En ningún otro país la oposición apuesta a la ingobernabilidad y pone sus bazas en el objetivo de destituir al presidente, incluso desde antes que hubiera asumido.

¿Está avanzando esa facción extremista y violentista local en la dirección que busca? Todo indica que no del todo. Aunque, a veces, inconsistencias del propio gobierno les dan rico alimento. Probablemente la acumulación sustantiva de fuerzas golpistas extremistas es en el fondo de cero. Pero no hay duda de que sí están acelerando el desgaste del sistema político en su conjunto, ya erosionado y afectado en su propia legitimidad y viabilidad.

Batieron palmas en días pasados, por ejemplo, por el aumento en la desaprobación que, según la encuesta del IEP, se habría producido en la popularidad del presidente Castillo (65%). Pero la misma encuesta le daba al Congreso una desaprobación aún mayor (75%) y de 61% a la presidenta del Legislativo. Parecería, pues, que el ánimus nacional es más jalar la cadena y que se vayan todos que apoyar a unos contra otros. Terrible perspectiva en una situación en que la estabilidad institucional es de vida o muerte ante pandemias, terremotos y la pobreza.

Vamos mal si el país no sale del círculo vicioso de marchas y agresiones extremistas junto a un gobierno en el que aún hay impericia y que no tiene mayoría parlamentaria para poder funcionar adecuadamente. Nunca en la historia republicana reciente un gobierno elegido pudo funcionar –ni culminar su período– en esas condiciones.

Por eso, además de las necesarias enmiendas en su accionar –incluidas las normas sobre transparencia–, es indispensable que abra el abanico. Esto siempre es complejo, pero las democracias parlamentarias europeas tienen un pragmatismo que explica su estabilidad. En una próxima recomposición de gabinete, por ejemplo, podría el presidente considerar acuerdos políticos con bancadas como APP y un sector de AP, incluyendo su ingreso al gabinete. Fortalecería la capacidad de acción gubernamental y aislaría la maquinaria de la subversión extremista.

Podría ser una buena siembra. Traería buena cosecha.

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La República

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