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La lucha por la cordura

“Pero acaso este periodo sea uno de los más desafiantes en lo que va del siglo. Con el añadido de la pandemia, mantener la cordura quizás sea una forma de resistencia mucho másefectivadeloque parece a simple vista”.

¡Vaya que es difícil mantener la cordura en el ecosistema político en el que vivimos! De un lado tenemos a un gobierno con una vocación de hierro para el yerro, si me permiten la aliteración. Vocación que viene de la mano, en el caso del presidente Castillo, con una lentitud exasperante para rectificar. El caso de Bruno Pacheco –¿por qué siempre hay un Richard Swing en las altas esferas del poder?– es una cuenta más de un rosario que promete ser interminable. Como si el mandatario estuviera empeñado en facilitarle la tarea a los vacadores del Congreso. No en balde circula un meme en donde el gobernante, ataviado con su inconfundible sombrero, pregunta: “¿Ya me puedo ir?”

.Como si ese magno despelote (palabra que se ha impuesto en estos tiempos inciertos) no fuera suficiente para azuzar nuestro desasosiego, las cosas no van mejor del lado de la oposición, lo cual incluye a los exaliados del profesor. La intentona de vacancia golpista encabezada por Rafael López Aliaga a través de la congresista Patricia Chirinos, y apoyada por Keiko Fujimori, nos exime de mayor aclaración. Imposible no ver en la acusación de incapacidad moral permanente, lanzada por esas personas, una tosca proyección de su propia imagen.

En su novela sobre Marilyn Monroe (Blonde), Joyce Carol Oates coloca esta cita de Freud en boca de la actriz: “Nadie que comparte una delusión podrá reconocerla como tal”. La narrativa de la incapacidad moral (cuyo sentido actual es mental) es solo una añagaza para anular el voto democrático. Por ahora es claro que se trata de un señuelo, a ver qué aves caen. Pero el proyecto está en marcha, a todas luces.

Nos encontramos entre Escila, es decir un presidente notoriamente incapaz y acaso deseoso de huir, y Caribdis, un Congreso y una oposición capaces, sí, pero de las peores trapacerías: desmantelar a la Sunedu, permitir que regresen “universidades” de fachada que estafan a sus alumnos, contribuir –en complicidad con el ministro de Transportes– la perpetuación de la cultura combi y, como ya se dijo, derribar la democracia.

Nunca ha sido fácil, en particular para los más pobres, vivir en el Perú. Pero acaso este periodo sea uno de los más desafiantes en lo que va del siglo. Con el añadido de la pandemia, mantener la cordura quizás sea una forma de resistencia mucho más efectiva de lo que parece a simple vista.

La República

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