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El fanatismo que nos separa

“El fanático de la ultraderecha es, por ahora, un ‘iluminado belicoso’ que posee un ideal sobrevalorado que se eleva a la categoría de dogma”.

Fanatismos hay de todas las orillas políticas, religiosas y futboleras. Hace ya un buen tiempo que grupos organizados de ultraderecha salen a acosar a la calle, impunemente, demonios imaginarios: desde el expresidente Sagasti hasta madres de la red de Ollas Comunes.

La Real Academia define como “fanática” a aquella persona que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones. Tratemos de explicarlo: el fanatismo es un estado mental caracterizado por la adhesión obsesiva y perenne a ciertas creencias. Un cierre cognitivo: se evita pensar más. En el esquema mental de un fanático, una o varias creencias adquieren una importancia muy superior a las demás, hasta el punto de transformarse en la motivación de la mayoría de sus actos. Son fanáticas aquellas personas que entregan toda su facultad de creer, de un modo absoluto e incondicional, a un tema o a una cuestión, con intolerancia sistemática para los juicios y comportamientos discrepantes o hacia las personas o instituciones que ellos consideran que los representan. Insultan, agreden y, en los peores casos como Sendero Luminoso, atacan y eliminan.

El fanatismo implica una intensa adhesión afectiva a una idea, compartida con semejantes, a la que se le concede un valor supremo destruyendo cualquier obstáculo que se interponga con su realización. El fanático de la ultraderecha es, por ahora, un “iluminado belicoso” que posee un ideal sobrevalorado que se eleva a la categoría de dogma, con gran carga emotiva y que le hace distorsionar las experiencias y situaciones. El fanático no solo piensa que el mundo externo es de tal o cual manera, sino que ellos mismos quedan transformados por lo que creen, de tal forma que son un peligro público. La idea propia del fanático se caracteriza por ser absoluta, infalible, eterna, predestinada a vencer y norma suprema de verdad. Decreta aquello que es verdadero e irremplazable, ejerce un efecto sustractor de la mente a cualquier idea distinta que intente surgir. Está marcada por la afectividad y, por tanto, ajena a argumentos racionales y objetivos fundamentados en la realidad y huye del pensamiento lógico-racional. Odia el diálogo, la argumentación sin violencia. Su fundamento es emocional, mágico-religioso o un serio problema de salud mental.

La República

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