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El cóndor, ¿cómo lo ven?

“Bello (por lo menos en vuelo) y cargado de misterio, el cóndor puede ser visto como el primo encumbrado del gallinazo”.

Andino, majestuoso, distante, gigantesco. La imagen del cóndor de estas tierras (Vultur gryphus) parece bastante fijada entre la población. Pero no hay mucha conciencia de que también es una especie amenazada, que precisa protección, si no queremos quedarnos en un Perú sin cóndores. Las iniciativas para evitar esto han comenzado.

El Servicio Forestal y el Museo de Historia Natural de la UNSA, con ayuda del Midis, están llevando adelante una encuesta nacional para detectar la percepción que tenemos los peruanos sobre el cóndor. Parte del objetivo es desarrollar una mayor conciencia acerca de esa ave, que es emblemática y a la vez poco familiar.

El cóndor en tierra, yuxtapuesto al toro en la llamada Yawar Fiesta, representa el contraste del mundo andino con los siglos de la presencia española. La República prefirió a la llama, otro símbolo de lo andino, en el Escudo Nacional, quizás por un tema de utilidad y cercanía. Pero igual el cóndor siempre ha estado representado por todas partes.

Bello (por lo menos en vuelo) y cargado de misterio, el cóndor puede ser visto como el primo encumbrado del gallinazo. Este último, que no parece en peligro de extinción, no alcanzó a llegar al escudo de Lima, donde figuran dos águilas hispánicas, que sin embargo podrían ser confundidas con gallinazos a la distancia.

En 1924 Ventura García Calderón le dio un giro adicional al significado del cóndor. En su breve relato “La venganza del cóndor”, uno de ellos en vuelo rasante, en un acto de justicia mata de un certero aletazo al opresor de los indios. Poco después señala a “las grandes aves concéntricas que estaban ya devorando su presa”.

Una perplejidad que va camino de cumplir un siglo es por el célebre verso de César Vallejo “(¿Cóndores? ¡Me friegan los cóndores!)”. ¿Realmente la idea le causaba disgusto? Una posibilidad es que le moleste la pregunta inicial, que lo distrae de un elogio a la gastronomía del cuy en los dos versos anteriores.

¿Qué va a descubrir la encuesta en curso? Seguramente mucho. Cabe suponer que la percepción sobre el cóndor que resulte variará de región a región. Es evidente que también en este caso nada puede sustituir una relación presencial, no importa cuán distante.

La mañana del 3 de octubre de 1968 el Perú cambió. Por la radio se informaba que esa madrugada se había producido un golpe militar y que las Fuerzas Armadas detuvieron al presidente constitucional Fernando Belaúnde Terry, a quien lo habían sorprendido mientras dormía en Palacio de Gobierno y que ahora estaba en pleno viaje a Buenos Aires en calidad de deportado. La primera impresión era que una vez más se había roto el orden constitucional.

Yo estudiaba en la GUE Ricardo Palma de Surquillo y con Ponte y Perales, dos compañeros de aula, logramos llegar a la Plaza de Armas en busca de noticias. Lima estaba sembrada de soldados y dos viejos tanques de guerra apuntaban a Palacio de Gobierno. Al medio día, en el atrio de la Catedral recién me uní a un reducido grupo de personas e intentamos gritar algo a favor de la democracia. La protesta fue corta. La policía nos detuvo y en unos portatropa nos llevaron hasta la prefectura de la av. España, donde me soltaron a las horas por ser menor de edad. Ya en horas de la noche la confusión seguía. ¿Y ahora quién es el cabecilla de la rebelión? De pronto alguien dijo su nombre: “Es el general Juan Velasco Alvarado”. Mutis, ni en pelea de perros. Velasco, piurano, había escalado con la sola ayuda de sus estudios y decisión toda la escala militar, desde soldado raso a general de división, ocupando como último cargo militar la jefatura del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Era lo que se dice un cholo, como Sánchez Cerro u Odría, otros “cachacos” golpistas, tal como lo señaló un comentarista en La Prensa.

Ya instalado en el poder lo conocimos. Velasco lideraba a este grupo de militares que habían tomado el poder no para defender el orden establecido, sino para subvertirlo, para imponer cambios fundamentales en las estructuras sociales y económicas. Era pues una dictadura militar atípica dispuesta a recambiar radicalmente el Perú y frenar el entreguismo total del Gobierno de Belaúnde. Ya el 9 de octubre de 1968 se nacionalizaba el complejo petrolero de La Brea y Pariñas. Se habían iniciado las reformas que modificarían en esencia el sistema feudal predominante impuesto por la derecha del Perú.

Pero Velasco no solo acabó con el oprobio y la vergüenza de vivir sin dignidad, sino que defendió la soberanía de nuestra patria y alentó a identificarnos con nuestros valores culturales y artísticos. De esa fecha ya pasaron 53 años y pocos recuerdan a Velasco. Qué honor ser esa memoria y esa minoría.”Di a si dolecatam, tectorro eatemporenis del inum nissitem is eos pari ipidus aborerion re laccum elluptur aut ea nos”.

La República

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