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Somos peruanos (Perusuyumantam kanchik)

“Que Alva proteste porque Bellido se había comprometido con la Mesa Directiva a saludar en quechua y aimara y nada más, resulta irrelevante: es una vergüenza que, luego de 200 años de vida republicana, el Congreso no cuente con traductores en nuestras lenguas originarias”.

Decía el filósofo Jacques Derrida, “solo tengo una lengua y no es la mía”. Esta frase podría encajar a los que en el Perú viven condenados a hablar la lengua de otros, el español. Un traumatismo, diría Derrida, una “repuja de violencia”.

Nombrar algo es darle existencia. Cuando desde el Congreso Guido Bellido se dirige a los “qala chakis” (pies descalzos), los porteadores del Camino Inca en su lengua, el quechua, afirma la personería política del runasimi, y, al hacerlo, vuelve a esa comunidad de hablantes algo menos ninguneada por el Estado y por la cultura dominante, que habla español como lengua materna e impone marcadores sociales en función del “canon” lingüístico, el habla de Lima.

La expropiación de la lengua propia es un despojo histórico que se escenifica cada día. Quiéralo o no, María del Carmen Alva jugó el papel que se interpreta a diario en el Perú: “Shht, habla en español, pues. Que no entendemos”.

¿Por qué el impacto emocional de enunciar una cosa en quechua sigue siendo inmenso? Aquí hay algo que bulle y reclama existencia: una comunidad de hablantes que pugna por abrirse campo en la vida pública; que hoy se rebela contra esa cotidiana “repuja de violencia”.

Que Bellido haya empleado el quechua y el aimara como estrategia populista, para mover pasiones en el hemiciclo y entre la audiencia, solo pone en evidencia que eso pendiente tiene un peso significativo en el ánimo de la gente, entre quienes lo aprecian (porque lo hablan o porque aunque no lo hablan o prefieran no hablarlo, sienten un vínculo afectivo con la lengua) y entre quienes no lo aprecian (porque es mejor “avanzar” en español).

Que Alva proteste porque Bellido se había comprometido con la Mesa Directiva a saludar en quechua y aimara y nada más, resulta irrelevante: es una vergüenza que, luego de 200 años de vida republicana, el Congreso no cuente con traductores en nuestras lenguas originarias. Tuvo que ocurrir este “impasse” para que la Defensoría solicite al Congreso contar con intérpretes en esas lenguas. Se podrá objetar que, bueno, el quechua es una lengua minoritaria, por eso nunca antes se llamó a intérpretes en el Congreso. Ni tanto. Los quechuas monolingües o bilingües eran la mayoría lingüista del Perú hasta el censo de 1940.

El premier Bellido es quechua, pero también cusqueño y mestizo cultural (sí pues, más allá de incas y españoles que imagina Ciro Gálvez, el país está poblado de ciudadanos que conviven en una fértil hibridez cultural). Bellido es bilingüe y su diglosia expresa la imbricación continua (en “qala chakis”, emplea el pluralizador español “s”), de ambas lenguas.

Por último, todo lo que se pueda decir del oportuno uso del quechua en la presentación de Bellido no borra las críticas que se le hacen por su hiperconservadurismo y tampoco las investigaciones en la Fiscalía por las que deberá responder. El jueves en el hemiciclo omitió mencionar “la discriminación por orientación sexual” que sí estaba en el discurso escrito. Y así van varias. Una cosa no quita la otra.

La República

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