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Los libros y los rencores

“Y en esta realidad corrupta hasta las tripas, la ausencia de ética es dramática, nadie respeta al otro, menos las normas. Y ojalá mi hijo no me salga poeta o trovador”.

Desde hace buen tiempo miro la televisión con la pantalla apagada. Prefiero los libros. Es más saludable contra la peste crónica. Y tengo este manojo de crónicas de Helio Ramos, Gauguin en la avenida Emancipación. Notable junte de nueve relatos con personajes portentosos en un Perú encandilado. Y la última novela del teniente coronel Carlos Enrique Freyre, El miedo del lobo. El desgarrador relato de colisión entre los dos Perú en la zona del Vraem. Ocurre hoy. Sucede desde hace buen tiempo.

Como sucede en el enfrentamiento de estas horas. El país de los poderosos y sus mozos de espuelas contra el Perú de los necesitados. Acaso, a decir del sociólogo Zygmunt Bauman, “cuando ser pobre es un delito”. Se premian el consumo y el éxito económico, afuera las ideas y las esperanzas de cambio. Drama que empieza en la casa y se robustece en el colegio. Con el fujimontesinismo se disminuyen los gastos en educación. Y afuera también los cursos de humanidades. Prohibidos los intelectuales. Como dice Neira ahorita no más: “No vaya a ser que los hijos de los ambulantes salieran literatos, abogados, filósofos y acaso apristas o comunistas”.

Entonces surge una nueva clase, los emprendedores. El lujo de los sobrevivientes. Aquellos a quienes no les enseñaron ni a leer ni escribir. Esos que fueron a las escuelas a embrutecerse. ¿Libros, ensayos, crónicas? No. Eso es para los ociosos. Hay que trabajar, tener plata, dejar de soñar. Y aparece el modelo Gamarra. Esa es la masa activa que aplaude las diversas modalidades de corrupción. En el parlamento o en el municipio. Y la podredumbre sistémica en todo el aparato del Estado. El nepotismo y el tráfico de plazas para ejercer el contrato, pese a tener sanciones por actos penales y aberraciones administrativas.

Eso es lo normal hoy para las generaciones que se formaron desde 1990 y se alimentan hoy con el racismo y el clasismo que se imparte en el desayuno clasemediero. Pero los opinólogos defienden a los duchos en Internet y redes sociales. Y ya se olvidaron del daño de Odebrecht o el Club de la Construcción. Cholos rencorosos, dicen. Y los contubernios entre las corporaciones y la élite del Estado siguen, robustecidos y bien aceitados.

Entonces, cuando te opones a este plan macabro eres comunista. Y en esta realidad corrupta hasta las tripas, la ausencia de ética es dramática, nadie respeta al otro, menos las normas. Y ojalá mi hijo no me salga poeta o trovador. Así que trabaje no más. En lo que sea, para quien sea.

La República

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