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Gioconda Belli: la Nicaragua de Ortega

“Gioconda Belli hace votos porque el futuro presidente del Perú, Pedro Castillo, escuche a la gente, que ‘se rodee de gente diversa para que oiga opiniones diferentes’, y que convoque a ‘muchas mujeres en su gabinete’”.

Gioconda Belli, exsandinista y narradora nicaragüense, vive el régimen de Ortega como el remake de una película de gánsteres. A cuatro meses de las elecciones presidenciales en Nicaragua, “los seis precandidatos y las otras veinte personas capturadas ilegalmente en junio están detenidas, aisladas y sin acceso ni a sus familias, ni a sus abogados. Simplemente desaparecieron y el régimen no ha dado prueba de vida de ninguno de ellos”, nos informa desde California. Belli no puede regresar a Managua desde abril, luego de la oleada de detenciones que alcanzó hace unos días la casa de su hermano, que fue saqueada, y entre golpes y forcejeos amenazaron con violar a su sobrina.

Este film de gánsteres tiene visos macabros. En 2018, las protestas contra el régimen de Ortega dejaron 328 muertos, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Entre ellos, estudiantes asesinados por francotiradores que dispararon a matar. El 6 de julio, uno de sus dirigentes, Lesther Alemán, fue arrestado por la policía que controla el concuñado de Ortega. Cuando tenía 19 años, Alemán se atrevió a decirle a Ortega en el breve diálogo abierto luego de la masacre: “Esta es una mesa para negociar su salida y lo sabe porque el pueblo le ha solicitado”. Desde entonces vivía en la clandestinidad.

En Perú, Lesther y los otros chicos serían nuestros jóvenes de la generación del bicentenario que salieron a las calles para exigir la salida de Merino.

Gioconda Belli vive esta ciega represión, la descomposición moral y política del Estado nicaragüense como el remake de otra farsa, la de los Somoza en los años setenta que ella combatió como militante sandinista. Incluso la temible prisión somocista de La Concordia, que menciona en su novela La mujer habitada (Premio Anna Seghers), sigue abierta, y es hoy la cárcel el Chipote. La misma brutalidad, las golpizas. Lenin Rojas es paramédico, socorrió a los manifestantes en las marchas contra el régimen. Arrestado, fue torturado: con una tenaza le extrajeron una, dos, tres uñas; lloraba, gemía del dolor, rogaba a sus verdugos que le dieran muerte.

En Latinoamérica, la satrapía Ortega-Murillo se ve de perfil. Están aquellos a los que Nicaragua les resulta indiferente; están también los que callan, algunos, gente de izquierda refugiada en la épica de los setenta, “enamorada de la Revolución Sandinista, ha cerrado los ojos a la represión y atrocidades del régimen de Ortega”, señala Belli.

La escritora opina que la izquierda en Latinoamérica todavía no ha “logrado reinventarse”. Aun así, siempre cabe esperar que la dictadura orteguista interpele nuestra cultura política: los hay quienes aun aceptan, con naturalidad, que una élite partidaria “tutele” al “pueblo”, por décadas. Aunque el partido único es un mito que ya envejece, mal. “La democracia es imperfecta, pero el autoritarismo es destructivo”, concluye.

Por último, Gioconda Belli hace votos porque el futuro presidente del Perú, Pedro Castillo, escuche a la gente, que “se rodee de gente diversa para que oiga opiniones diferentes”, y que convoque a “muchas mujeres en su gabinete”.

La República

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