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El despertar de la libertad

“La libertad, que no pregunta de quién; entre quiénes; ni de qué; ni de cuándo; la que consiste, en esencia, en poder hacer cualquier cosa que no perjudique a los demás...”.

Francia celebra su día patrio. Conmemora el victorioso asalto a la Bastilla, símbolo del fin del absolutismo monárquico, por el levantamiento popular del 14 de julio de 1789, fecha del “despertar de la libertad”.

Según Víctor Hugo, el gran intelectual galo, el derrocamiento de la opresión es sinónimo del rechazo a todo despotismo: “La caída de la Bastilla es la caída de todas las Bastillas”, exclama a la Asamblea en vísperas de la aprobación de la ley que acaba con toda esclavitud. “LIBERTE, EGALITE, FRATERNITE” es el lema consagratorio de los más elevados valores democráticos de la República de Jean Jaures. Al caminar por los hermosos bulevares, plazas y calles, el visitante descubre los trazos del lema revolucionario grabado en muros y fachadas de pétreos edificios públicos. Están en los gestionados por los alcaldes de comunas. Y también presentes en las salas musicales de las musettes celebratorias hasta el Eliseo, el palacio del jefe de Estado.

Los seres humanos sin excepción nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, afirman. Que todas las personas estamos dotadas de razón y conciencia. Y que debemos interactuar unos y otros con espíritu de fraternidad.

La libertad, que no pregunta de quién; entre quiénes; ni de qué; ni de cuándo; la que consiste, en esencia, en poder hacer cualquier cosa que no perjudique a los demás. Independencia y autonomía. Por tanto, es el ejercicio liberal de los derechos naturales que no tiene otro límite que el que garantiza el goce de estos mismos derechos a los demás.

La fraternidad es entendida como el vínculo fraterno y el sentimiento de amistad que une a los que representan a la especie humana. Implica tolerancia y respeto mutuo de las diferencias.

La igualdad, definida por la Declaración rescata la igualdad ante la ley. Derechos y deberes. Y por ello deduce que el acceso ciudadano al manejo del gobierno se asienta en la meritocracia: La ley es la misma para todos, proteja o castigue.

Por eso todxs los ciudadanos, siendo iguales, serán igualmente elegibles para los altos cargos, puestos públicos y empleos, según su probada habilidad.

Liberté y égalité no son incompatibles. Rousseau (El contrato social) aseguró la identificación de la libertad con la igualdad, definiendo la primera como independencia de la regla arbitraria y a la segunda en su forma legal, por la primacía de la ley.

Esta identificación devino, sin embargo, en contienda teórica. Que llega hasta nuestros días en las ideas de Duverger y Bobbio sobre teoría política, John Rawls sobre la justicia y de John Eaton sobre la lectura de los sistemas políticos contemporáneos.

Debate animado, cabe recordar, al inicio del XIX por los socialistas “utópicos” —Saint Simon, Fourier, Cabet, Owen, precursores de los socialistas democráticos—, revolucionarios y el pensamiento radical de Babeuf, Marx y Engels. Que ahora se prolonga en el tratado sobre la desigualdad, ideología y política de Piketty, que viene precedido de su monumental “capital en el siglo 21”.

Jerarquizados estos valores son los principios de la universal Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Que está escrita —en clave dogmática— desde el derecho natural, en el primer artículo de la magnífica Declaración Universal de Derechos Humanos, recogida como preámbulo de la Constitución de la V República.

En ese tiempo constituyente, Jeanne Remy, profesora francesa, funda en Lima, a fines de los 40, una Escuela Nueva (Ecole Nouvelle). Profesores admirables la acompañan en esta Summerhill de educación bilingüe que ya incluye el respeto al enfoque de género. Padres de familia se unen a la vanguardia. Recuerdo a don Óscar Herrera, inspirador de las universidades populares, Fortunata de la Puente, la fotógrafa “Muti” Lewitus, doña Clemencia de la Rosa, Aníbal Quijano Obregón, al músico Luis Antonio Meza, Juan José Vega y al literato Pepe Bravo.

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