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Lo que pienso, no lo que soy

“Necesitamos discutir ideas para que sobrevivan las mejores. Las personas merecen respeto; las ideas tienen que ganárselo”.

Hace unos días llegó a mí la charla “Cómo hablar con otros que piensan distinto”, de Guadalupe Nogués, doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad de Buenos Aires. Ahí, la científica argentina relató la sorpresa que le produjo constatar cómo las evidencias son necesarias pero no suficientes para formarnos una imagen del mundo. Ante tal revelación, pensó que el problema era la educación. Dejó el laboratorio y se fue a las aulas. Un día, una estudiante le dijo que no se vacunaba porque las vacunas le parecían peligrosas. Su intuición de maestra le dijo que, en cuanto se lo explicara, cambiaría su postura. Pero no fue así.

Nogués define ese episodio como su primera experiencia personal con la postverdad, que implica dejar la información de lado y seguir las emociones o las creencias. Decidió usar la ciencia para estudiar la postverdad. Y entendió que nunca había aprendido a conversar con quienes piensan distinto. ¿Cómo dialogamos cuando el problema no es la evidencia, sino un desacuerdo ideológico?

La experta explica que, cuando las opiniones se vuelven parte de nuestra identidad, cualquier duda sobre lo que pensamos cuestiona quiénes somos. Y eso nos resulta insoportable. Para proteger nuestra identidad y evitar el conflicto, nos agrupamos con quienes están en la misma situación. Es decir, retornamos al tribalismo.

Otros, cuando se detona ese clima de conflicto, hartos, prefieren retirarse del debate. Ese silencio se confunde con asentimiento y crea una ilusión de consenso. Y ahí se instala el falso dilema de pensar que, o mostramos nuestras ideas despreciando a quienes no piensan como nosotros, o callamos y cedemos el control a quienes deciden hablar. ¿Cómo defender nuestra postura sin apelar a la dinámica del discurso intolerante? Nogués responde que distinguiendo entre qué creemos y cómo lo creemos. “Si a este cómo lo volvemos no tribal, podemos plantear nuestras opiniones sin que lo que pensamos se convierta en lo que somos. Y a partir de ahí, se pueden construir consensos, que son producto de lograr acuerdos a pesar de nuestras diferencias”. Promover activamente el pluralismo, hablar sin sentir que se nos penaliza socialmente, y ser capaces de escuchar voces que no nos gustan. “Necesitamos discutir ideas para que sobrevivan las mejores. Las personas merecen respeto; las ideas tienen que ganárselo”, sentencia la expositora.

¿Cómo empezar a reconstruir nuestra golpeada democracia si no podemos siquiera intercambiar ideas alturadamente y con genuino interés? En este limbo político que nos tiene cada día más crispados, las conversaciones parecen una batalla entre el bien y el mal –o estás conmigo o estás contra mí–.

Sin embargo, siempre hay espacio para el optimismo. En palabras de Nogués: “Quizá tengamos más en común con quienes piensan distinto pero quieren conversar, que con los que comparten con nosotros alguna opinión pero son intolerantes”.

La República

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