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El fraude como excusa

Con esta narrativa falaz, se pretende desestabilizar otros cinco años más.

El fantasma del fraude impregna los discursos del fujimorismo y sus aliados, parece cobrar vida propia cuando se usa como justificación para proponer una salida golpista, o para atacar a las autoridades, o para desconocer los fallos electorales. Ahora sirve para anunciar que, una vez conocidos los resultados, se mantendrá el clima de polarización e inestabilidad porque se buscará la vacancia presidencial.

El fraude es como una categoría gramatical para quienes la usan. La reconocen como verdad absoluta, un axioma, un dogma de fe. ¿Qué ocurre cuando queremos ir más allá y nos interrogamos sobre la veracidad del contenido mismo de la expresión? Nos encontramos que está vacía de contenido. No existe una sola justificación que le dé consistencia. Es una construcción que no está basada en la realidad. No resiste ninguna prueba de su existencia. Ninguna.

Los presuntos actores del fraude –miembros de mesa y/o votantes- no solo han desestimado las acusaciones, han dado pruebas concretas de la falacia. Cada una de las razones dadas para justificar la denuncia de fraude electoral se han ido cayendo como piezas del dominó. No hay un solo argumento legal del fujimorismo que haya sobrevivido a la realidad.

Sin embargo, la inestabilidad generada por esta narrativa falaz del fraude inexistente ha dañado todo a su paso. Economía, precios, relaciones personales, política y honras, así como institucionalidad y democracia. Y lo seguirá haciendo porque la vocación de vacancia ya ha sido anunciada. Es decir, no bastaron los cinco años de desgaste ocasionado por el fujimorismo desde el 2016, ahora vamos hacia otros cinco años más de lo mismo, esta vez argumentando el fraude imaginario como excusa de un proceder tan malsano como desequilibrante.

A Pedro Castillo, virtual ganador de la contienda electoral –nos guste o no, hayamos votado por él o no, eso es democracia- le ha quitado el tiempo necesario para organizar una transferencia de gobierno adecuada y metódica, un período de negociación con fuerzas políticas en busca de mayores consensos, un nuevo diálogo con sectores de sociedad civil, empresariado y otras representaciones buscando ampliar la base de gobierno.

También se ha perdido el tiempo que requieren los ciudadanos para conocer las propuestas del nuevo gobierno, la selección de los cuadros que integrarán el Ejecutivo y un conjunto de decisiones para los primeros cien días. El ejercicio de la vigilancia ciudadana, tan necesaria con un gobierno que no termina de definir su temple democrático, se ha pospuesto a la espera de un fallo electoral que no pondrá fin a la polarización, sino que, por el contrario, abre un nuevo período de mayor inestabilidad.