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¿Y quién analiza el poder?

“En las ultimas dos décadas, todos los candidatos han postulado con un programa de cambio para gobernar con uno de continuidad”.

Giovanna Peñaflor, directora de Imasen, realizó hace poco una serie de preguntas importantes a las que deberíamos prestar más atención. Vivimos una gravísima crisis —ética, política, institucional, sanitaria—, pero en el frenesí del voto no se está reflexionando suficientemente sobre el tipo de sociedad que queremos ser, opinó.

Coincido con su apreciación. Y me cuesta aprehender la forma en que reputados o noveles politólogos de indudable inteligencia analizan los comicios. Como apuntó la propia Peñaflor, con frecuencia se habla del proceso electoral como si se tratara de un partido de fútbol. Y, añadimos, los analistas fungen de “técnicos” que aconsejan a ambos equipos; se habla de la imagen que proyectan, de lo que deberían hacer para conseguir más votos, para venderse mejor. Consejos de marketing que entran en insólita disonancia con la gravedad de la crisis moral y la descomposición del tejido social de que estas elecciones y “partidos” son una expresión. Los contendores son juzgados por su buen o mal “desempeño”, por si convence o no. La política se separa así del poder en un lenguaje de falsas equivalencias.

Me explico con un ejemplo. En una entrevista reciente ofrecida a RPP, el politólogo Alberto Vergara llamó a la calma a los dos partidos en pugna. Tenemos que convivir después del 28 de julio, aseveró. Difícil no darle la razón. En un ambiente tan crispado es siempre bueno que alguien llame a la calma (al margen de que no la transmita, precisamente). Pero algo llamó mi atención. Cuando se refería a los “dos partidos” aludió a ellos en todo momento como fuerzas autónomas y equivalentes. En los más de veinte minutos que duró la entrevista, se refirió a actitudes extremas de ambos lados, sin mencionar en ningún momento qué partido jugaban los medios de comunicación, sus favoritismos, la guerra sucia mediática en contra de una candidatura, ni la desproporción en recursos entre una y otra campaña. El elefante en la sala, creo, era consecuencia de las falsas equivalencias en que suele caerse cuando se separa el análisis de la política del análisis del poder.

Entonces se entra en un círculo vicioso. Los medios que defienden los intereses de grandes empresas, que a su vez favorecen una determinada candidatura, no querrán que se cuestione su opción y preferirán “expertos” que, revestidos de un lenguaje técnico, supuestamente neutro, no toquen el fondo de las cosas.

Por ello resultan tan pertinentes las preguntas de Peñaflor. ¿Cómo es posible, para empezar, dijo, que se le permitiera a Keiko Fujimori ser candidata a la presidencia? Añadimos: una persona que está en pleno proceso de reivindicación de la dictadura de los noventa, sobre cuya cabeza se ciernen 30 años de cárcel por organización criminal, lavado, y obstrucción de la justicia, y en gran parte responsable del estado de ingobernabilidad en que vivimos desde hace cinco años, por su incapacidad para aceptar los resultados electorales del 2016.

La resistencia al cambio de los sectores mas afluentes beneficiados por la dictadura explica en parte el fenómeno. En las ultimas dos décadas todos los candidatos han postulado con un programa de cambio para gobernar con uno de continuidad. Ni la pandemia, las muertes cotidianas, o el crecimiento devastador de la pobreza los han sensibilizado sobre la necesidad de una mejor redistribución de la riqueza y los bienes públicos. Por el contrario, han agudizado su resistencia con contorsiones semánticas difíciles de explicar racionalmente. Como bien lo puso Luis Passara, “la defensa de la democracia —que tanto preocupa a nuestro Premio Nobel— solo podría ser encomendada a Keiko como fruto de una alucinación”. Por su parte, José Carlos Agüero describe una situación “surrealista”.

Tal vez algo con lo que podamos contribuir todos para que la política sirva a la ciudadanía y no al revés, más allá de cualquier otra cosa que hagamos, y más allá de nuestro voto, es no dejarnos encasillar por los lenguajes pretendidamente neutros que esconden las disparidades de poder que benefician a unos en desmedro de otros. Ni la política puede tomarse como un partido, ni los partidos son toda la política.

elecciones 2021

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Cecilia Méndez

Chola soy

Historiadora y profesora principal en la Univ. de California, Santa Bárbara. Doctora en Historia por la Universidad del Estado de Nueva York, con estancia posdoctoral en la Univ. de Yale. Ha sido profesora invitada en la Escuela de Altos Estudios de París y profesora asociada en la UNSCH, Ayacucho. Autora de La república plebeya, entre otros.