Somos memoria

Orgullosísima de su sombrero de palma, de sus fustes y la pollera, de su faja apretando la cintura, de sus aretes, anillos y collares, de su rueca, de su alforja de colores y con frase amorosa bien bordada: “Mi nombre encontrarás, pero mi cariño jamás”. Cómo va delante y al costado al son del huayno que emite el altoparlante una y otra vez: “… cuna de los ronderos valientes/ conocidos a nivel nacional…”

No hay silencio hasta que menciona que nació en Choropampa. Para ser claros, cuando gugleas el nombre del pueblo encontrarás información precisa de un suceso ocurrido el 2 de junio del año 2000 que marcó para siempre a sus habitantes. “151 kilogramos de metal mercurio inorgánico se extendió por aproximadamente 27 kilómetros de la carretera, desde el distrito de San Juan, cruzando por el Centro Poblado Menor de San Sebastián de Choropampa”.

Ante este hecho los trabajadores de la minera, sin comunicarle a la población lo dañino del mineral, pusieron carteles donde ofrecían entre 100 a 300 soles por cada kilogramo de metal recuperado. Los campesinos cuentan que por esos días un circo levantó su carpa, así que muchos recogieron el mercurio para pagar las entradas.

“Todos los niños se tiraban a la pista, levantaron el mercurio con sus manos, muchos optaron por aspirarlo con la boca porque la sustancia era escurridiza, así iban acumulando en sus recipientes”, se lamenta Juana Martínez, presidenta del Frente de Defensa de Choropampa, en una publicación de La Mula del año 2015.

Por supuesto que los culpables no fueron castigados y hasta hoy muchos pobladores reclaman justicia. La pita se rompe por el lado más débil, eso es, sucede y seguirá pasando. ¿Así es la vida? Tal vez, cuando los bordes del país siguen siendo tan ajenos y distantes para el Estado. Ni siquiera es necesario tapar el sol con un dedo. (‘La flor de Chot’, forma parte del libro Costumbres, que publiqué el 2020).