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¿Cuándo comenzó la independencia?

“Para retomar la pregunta que formulé al comienzo, ¿cuándo comenzó la independencia? La respuesta tal vez la encierre otra pregunta: ¿de quién y de qué nos sentimos o queremos sentirnos herederos?”.

Me preguntan en una entrevista ¿cuándo comenzó la independencia? Me quedo en silencio. No por no haberlo pensado antes –de hecho, es todo lo contrario– sino porque la respuesta no es un “dato” o un “hecho” que pueda establecerse objetivamente. Cualquier respuesta es una interpretación y obliga a definir un proceso que los propios actores no siempre lo tuvieron claro y cuyo desenlace no podían prever.

El pasado de un país será siempre objeto de disputa. Pero el Perú parece tener una dificultad especial, que no viene de ahora, para encontrar un consenso mínimo con respecto al inicio de su proceso de independencia. Mientras la mayoría de países hispanoamericanos celebra su independencia el día en que se asume se inició el proceso –por lo general, el establecimiento de juntas que desafiaron la autoridad colonial y en el caso de México una vasta rebelión armada– el Perú escogió celebrar el día de una proclama pacífica, la de San Martín en Lima el 28 de julio de 1821. Es decir, ni el inicio ni el fin de un proceso. Esta ausencia de una narrativa clara es un tema no menor, porque no puede haber nación sin narración; es a través de la narración que la nación se hace imaginable, parafraseando a María Teresa Uribe de Hincapié y Liliana López, quienes se inspiraran, a su vez, en Benedict Anderson, el célebre estudioso del nacionalismo que definió las naciones como “comunidades imaginadas”. De alguna manera, estos forados en la narrativa de la independencia del Perú son también forados en nuestra autopercepción colectiva de país, o en nuestra “conciencia nacional”, como se solía decir en otros tiempos, porque la historia se escribe siempre desde un presente.

Las cosas eran distintas cuando yo estaba en el colegio. Corrían los años del gobierno militar de Juan Velasco (1968-1975), en que la cronología oficial de la independencia sí estaba clara. Quizá demasiado. Recuerdo cuando mi papá trajo a casa los tres tomos de la Historia general de los peruanos publicados entre 1968-1971 por encargo del gobierno militar. La narrativa velasquista desplazaba del centro a San Martín para colocar a Túpac Amaru II como el personaje primordial de la narrativa independentista. Se construyó así, por primera vez desde la esfera oficial, una narrativa endógena de la independencia, que colocaba a los peruanos en el centro. De acuerdo a ella, la independencia se iniciaba con la rebelión tupacamarista en 1780 y concluía con el triunfo continental de Ayacucho en 1824. Velasco mismo se incluía en este devenir histórico, en la estela de Túpac Amaru, como el artífice de “la segunda independencia” que liberaría al país esta vez del “imperialismo yanqui”. Velasco hizo del rebelde inca un héroe oficial y un emblema de su propia “revolución de las Fuerzas Armadas” a través de un despliegue iconográfico sin precedentes. Pero no por mucho tiempo. Caído el gobierno que lo ensalzó, cayó también su héroe y la historia oficial volvió a ser, más o menos, la de siempre.

Las décadas de 1990 al 2010 estuvieron marcadas por una ola conservadora en la política y en la historiografía. Bajo la influencia del historiador español del Opus Dei, Françoise Xavier Guerra, se instaló la idea de que la Madre Patria inventó la modernidad política y se volvió tabú señalar que existieran ideas o movimientos independentistas en Hispanoamérica antes de 1808, año en que Napoleón invadió la Península Ibérica. Ello coadyuvó a reforzar el nuevo destierro de Túpac Amaru de las narrativas de la independencia.

El bicentenario es un momento propicio para reflexionar sobre estos temas con una mirada un poco más amable a nuestro pasado, empezando por cuestionar la acendrada idea de que los peruanos no fueron más que pasivos espectadores de una independencia impuesta desde fuera. Para retomar la pregunta que formulé al comienzo, ¿cuándo comenzó la independencia? La respuesta tal vez la encierre otra pregunta: ¿de quién y de qué nos sentimos o queremos sentirnos herederos?

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Cecilia Méndez

Chola soy

Historiadora y profesora principal en la Univ. de California, Santa Bárbara. Doctora en Historia por la Universidad del Estado de Nueva York, con estancia posdoctoral en la Univ. de Yale. Ha sido profesora invitada en la Escuela de Altos Estudios de París y profesora asociada en la UNSCH, Ayacucho. Autora de La república plebeya, entre otros.