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Recuerdos del padre Lanssiers

“Exponía el dilema ético como la decisión tomada en soledad ‘por nuestra cuenta y riesgo’, ante situaciones límite”.

El 23 marzo se cumplieron 15 años de la desaparición del padre Hubert Lanssiers. Este sacerdote belga que llegó al Perú en los años 60 fue profesor de filosofía en el colegio La Recoleta y capellán de las cárceles Castro Castro, Chorrillos, El Frontón.

La oficina de Lanssiers quedaba en el colegio, en un segundo piso, con las aulas de quinto de media. Los jueves, esa oficina permanecía cerrada: ese día Lanssiers visitaba las cárceles. En los 80, con el inicio del conflicto armado interno, el trabajo pastoral fue denostado por tirios y troyanos. El sacerdote lo tomaba con sentido del humor: “para los senderistas fui agente de la CIA, [para los] del SIN –que me deben mi sueldo atrasado–, he sido la quinta espada (risas)” (entrevista, Desco).

En quinto de media había llevado el temible curso de Filosofía. Nos decían que Lanssiers había sido capellán en la Legión extranjera, en Indochina, que había estado con los Khmer Rouge y, lo peor de todo, que jalaba sin piedad. Yo vi a un sacerdote provisto de un humor cáustico que hoy caminaría al borde del reglamento, que se paseaba por la clase con un cigarrillo Inka sin filtro (“guano de trinchera”, le decía) entre los dedos y que, a veces, podía ser cómplice de nuestros desvaríos. Lanssiers nos invitó a considerar dilemas morales. A los chicos nos confrontó con el imperativo categórico de Kant. A las reglas formales y universales, Lanssiers colocaba condiciones concretas que las ponían a prueba: un sujeto que esconde judíos en su casa es interrogado por los SS durante la guerra. Si su norma categórica le dice “no mentir”, ¿qué debe contestar a la pregunta “ha visto judíos”?

Padre Hubert Lanssiers.

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Lanssiers no solo nos mostraba, con su cuota de sarcasmo, que las normas pueden y son contestadas en el día a día. Exponía el dilema ético como la decisión tomada en soledad “por nuestra cuenta y riesgo”, ante situaciones límite. Este dilema era la evidencia de la libertad humana.

Visité a Lanssiers, poco después de la matanza de los penales. La noticia le había golpeado hondamente, sufría de una laberintitis emocional. Pero, como era habitual en él, ironizaba con su condición médica: no es para tanto, me dijo, tenía las columnas del patio que le servían de puntos de referencia. Cuando nos despedimos, me quedé un rato viéndolo caminar por el patio, para estar segura que terminara de cruzarlo y encontrara el camino a las dependencias de la congregación. Y claro, encontró el camino.

Algunas decisiones éticas de Lanssiers no fueron comprendidas por todos. Integró la comisión ad hoc de indultos creada por Fujimori, que revisaría los casos de personas sumariamente condenadas por terrorismo y traición a la patria. ¿Lavarle la cara al dictador?, ¿liberar inocentes? Lanssiers asumió su propio dilema ético: “si tengo que hablar con el diablo para soltar a quinientas personas injustamente condenadas, ¡lo haré!”. Sí pues, un cura católico podía negociar con el diablo.

Lanssiers, en el recuerdo de muchos.

La República

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