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Brasil al borde del abismo

La desastrosa gestión del presidente Jair Bolsonaro ha llevado a que el país se convierta en el nuevo epicentro mundial de la pandemia.

El pasado miércoles 10 de marzo se registró en Brasil una cantidad de muertos por la COVID-19 de matices apocalípticos: 2.286 víctimas. Nunca había ocurrido, desde que en marzo del 2020 se comenzaron a reportar decesos por la pandemia en el gigante sudamericano. Se trata de una tragedia in crescendo que tiene un gran responsable.

Desde los inicios de la pandemia, el presidente Jair Bolsonaro ha exhibido una vena negacionista, respecto de la pandemia y de la ciencia en general, que llama al escándalo. Primero, rotuló a la enfermedad como una “gripecilla”, luego se peleó con varios de sus ministros de Salud y a algunos de ellos los despidió.

Él mismo se contagió del nuevo coronavirus, e inclusive en esos momentos exhibió una irresponsabilidad suprema al mostrarse en público sin mascarilla. Semanas después, como si fuera un adolescente, se tiró al mar en medio de una playa llena de personas, y tampoco tuvo problemas en tomarse selfies con sus partidarios.

En otras palabras: no solo no tomó las medidas que eran urgente tomar en estas circunstancias, sino que dejó que el virus se expanda sin mucho control para, acaso veladamente, apostar por una inmunidad de rebaño que haga funcionar la economía. La escritora Eliane Brum ha denunciado que ese sería el proyecto en marcha.

Ya en el mismo marzo del año pasado había declarado frente al inicio de la pandemia: “Lo lamento, algunas personas van a morir, esa es la vida”, con lo cual demostró una insensibilidad asombrosa. Su performance, a lo largo de los meses, ha sido errática y solo últimamente, ante el retorno político de Lula, se ha puesto del lado de las vacunas.

Es insólito y desgarrador que un mandatario latinoamericano se comporte de ese modo y hasta ponga en riesgo de contagio a la región (ya existe una “variante brasileña” del virus), como ha señalado la OMS. Ha puesto en riesgo a millones de ciudadanos y está haciendo que la imagen de Brasil como potencia emergente se disuelva sin gloria.

La propia ciudadanía y la clase política parecen haber despertado de la pesadilla (que algunos concibieron como un sueño al votar por Bolsonaro), y se han puesto en marcha varios pedidos de impeachment. La popularidad del presidente está en declive, lo mismo que la economía.