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Vivir y morir con dignidad

“Solo puede imaginar con un escalofrío el nivel de sufrimiento que Ana Estrada ha debido soportar y soporta en su día a día, tan intenso e inaguantable...”.

Confieso que la decisión del Poder Judicial, que ordena que el Ministerio de Salud y EsSalud respeten la decisión de Ana Estrada de poner fin a su vida a través del proceso de la eutanasia, me produce sensaciones encontradas.

Primero porque, en efecto, me parece un paso enorme que la justicia peruana reconozca que vivir es un derecho y no un deber; que, en situaciones límite como la de Estrada, donde el sufrimiento intenso, cotidiano e irreversible hace de la vida una condena, un padecimiento imposible de tolerar, permitir su interrupción es un acto de humanidad y no lo contrario, y que, frente a dilemas éticos como este, la libertad individual debe primar.

Es, también, una respuesta sensata a argumentos febles, esgrimidos sobre todo desde los sectores religiosos más recalcitrantes, que dicen que el reconocimiento de este derecho abrirá las compuertas a una frenética espiral de eutanasias o servirá como promoción para una cultura de la muerte. Esto no será así —no lo ha sido en ninguno de los países que han legalizado la eutanasia—, del mismo modo que las leyes que legalizan el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo no impulsarán un genocidio en el Perú o lo convertirán en una Sodoma moderna.

Un siguiente paso, que tendría que seguir a esta decisión de la justicia, debería ser el debate y la promulgación de una ley de la eutanasia que, como ocurrió en España a comienzos de este año, consagró el llamado derecho a morir, así como reglamentó de manera taxativa, precisa, los supuestos, requisitos y limitaciones para ejercerlo. Uno pensaría que es innecesario decirlo, pero vale la pena recordar que leyes como estas permiten el ejercicio de una decisión, no obligan a someterse a una eutanasia o a un aborto, ni niegan el matrimonio convencional.

Al mismo tiempo, me cuesta celebrar esta decisión. No porque no me parezca justa, necesaria, realista y humana. Sino porque hemos arribado a ella por la tenacidad de Ana Estrada, una mujer extraordinariamente valiente que desde los doce años (tiene 44) convive con una poliomielitis incurable y progresiva, que la ha confinado a una cama y la hace necesitar de asistencia permanente.

Quien, como yo, no padece una condición semejante, solo puede imaginar con un escalofrío el nivel de sufrimiento que Ana Estrada ha debido soportar y soporta en su día a día, tan intenso e inaguantable que la ha llevado a solicitar el derecho para interrumpirla. Y admirarla cuando escribe: «Gracias a mis amigas y compañeras de vida que estuvieron conmigo desde los 12 años cuando se instaló en mi cuerpo algo que aún no entendíamos. Aquí estoy de su hombro para trepar montañas, meternos al inmenso mar y sosteniendo el sol con sus manos sobre mí».

Raúl Tola

El diario negro

Raúl Tola. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.