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El gran shock social por el Vacunagate

La indignación ciudadana en la república de la pendejada.

Para una sociedad tan golpeada por la pandemia y sus efectos económicos y sociales, el vacunagate significa un gran shock social de consecuencias demoledoras de largo plazo.

El vacunagate, es decir, el aprovechamiento inmoral de un grupo de autoridades del país para aplicarse las dosis de manera secreta, al igual que sus allegados, antes que las personas que están en la primera –y, por tanto, más peligrosa– línea de batalla contra el covid-19, a muchas de las cuales se pudo haber salvado, está produciendo una crisis social de indignación, rabia, frustración, tristeza y de ahondamiento de la desconfianza en el gobierno y en la sociedad en su conjunto.

Eso se sintió ayer en el país cuando se divulgó la amplísima lista de privilegiados pero, peor aún, al oír justificaciones delirantes como la de Martín Vizcarra de que fue un valiente al participar de un ensayo –con, al menos, su esposa y su hermano– que él sabía que no era así pues estaba recibiendo la vacuna; de la excanciller de este gobierno de que “no podía darme el lujo de caer enferma”; del médico de cabecera de Alberto Fujimori de que él y su esposa “somos personas de riesgo”; del nuncio apostólico que explica que se le aplicó antes que al resto por ser consultor de la UPCH en ‘temas éticos’, y que, como comenta Víctor Hurtado, debería cambiar su título al de ‘renuncio apostólico’; o de, lo más triste, la caída de una heroína de la pandemia, como la exministra de salud, mintiendo hasta la hora nona.

Estos capitanes de barco que se roban los botes salvavidas son expresiones de una crisis moral que no es nueva, sino parte del proceso de degradación moral de varias décadas, de presidentes ladrones y sinvergüenzas que usan el estado como botín y para quienes el estado de derecho es papel higiénico.

Todo esto ahonda la crisis de la desconfianza social, de ciudadanos indignados y frustrados que tiene razones para pensar en que ‘el sistema’ solo funciona en el Perú para los que le saquen la vuelta, pues este es el país de la individualidad, la nación del take the money and run, la república de la pendejada, donde la gente se pregunta para qué ponían mil policías a cuidar la llegada de la vacuna, cuando eran los propios gobernantes los que se la robaban.

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