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Un charco de culpa

“Por alguna razón –misteriosa aún–, el Perú encuentra su potencia social en medio de sus peores crisis. Es momento de apelar a ella”.

Hoy ha sido difícil impedir que los sentimientos inunden mi mirada. El poeta diría que es como si “la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma”. Es uno de esos días en los que la tristeza se instala y hay que aprender a coexistir con ella.

Tengo miedo por lo que nos tocará vivir estas semanas. Será muy difícil. Rabia, porque no hemos sido capaces, ni nosotros como sociedad ni nuestro precarizado Estado, de prepararnos para lo que se venía. Impotencia, pues ya no sé cómo ayudar a personas a las que quiero y que en este momento batallan por conseguir un balón de oxígeno, una cama de hospitalización o de cuidados intensivos. No puedo ni imaginar lo que deben sentir quienes trabajan directamente en los sistemas de salud. Luchadoras y luchadores con espadas de madera contra monstruos de la guerra. Pero ahí están, luchando.

Las precariedades que ocultamos, pintando la fachada del Perú, aparecen juntas, desafiantes. Como titanes que lograron liberarse para gritarnos que siempre estuvieron ahí, aunque no quisiéramos mirar. Porque si algo hacemos es evadir. Buscamos culpables –personas– a modo de chivos expiatorios para explicar lo que salió mal y seguimos.

No queremos aceptar que más allá de las personas –que seguro tienen responsabilidades individuales y deberán responder– hay causas más profundas, de larga duración. No buscamos el origen. No vamos a la raíz de los problemas, nos limitamos a ver las consecuencias, nos perdemos en las ramas y sus hojas. La culpa es compartida. Algunos con una cuota mayor, está claro. Tenemos un Estado ineficiente –no hace dos meses, ni hace un año, ni hace cinco– con funcionarios atemorizados porque los juzgarán por sus decisiones y es más seguro entonces no decidir nada, o a la caza de un botín, para llevarse una tajada en medio del caos. Una clase empresarial vetusta, primaria en el peor sentido. Más que poner el hombro, busca cuidar su bolsillo. Una sociedad que ha sido ganada por el individualismo, por el famoso afán de lucro personal. Cada uno baila con su pañuelo. Y sobre la clase política, ya qué decir, basta con mirar el Congreso que le da vida a la trágica expresión: siempre puede ser peor.

El problema es que en este momento no hay pañuelo que resista. Toca entender que “nadie se salva solo, nadie salva a nadie, todos nos salvamos en comunidad” (Freire). Más que nunca, nos salvamos en comunidad o no nos salvamos. Por eso habría que pensar varias veces antes de decir “si me contagio es mi problema”. Porque no lo es, es un problema social, saturas camas hospitalarias, agrandas las colas por oxígeno, contagias.

Pero el Estado debe reconocer, también, que solo no puede. Es central apoyar las iniciativas sociales solidarias. La organización sanitaria comunal. Por alguna razón –misteriosa aún–, el Perú encuentra su potencia social en medio de sus peores crisis. Es momento de apelar a ella.

Marisa Glave

Desde la raíz

Marisa Glave. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.