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Un mensaje de su presidente

Debemos decir que para cuando Sagasti llegó ya las posibilidades comunicativas del gobierno en la pandemia ya eran un repertorio bastante agotado.

Nos enteramos de que Francisco Sagasti se entrena para comunicar temas del Covid-19. El propósito es bueno, pero la tarea se ha vuelto casi imposible. El tema multiplica sus aristas, sus contradicciones, sus datos de último minuto, sus especialistas. Nuestras exigencias de información y orientación como público se van volviendo cada vez más urgentes.

El modelo estándar de comunicación presidencial en el mundo sobre la pandemia es el de implícito epidemiólogo-jefe, con anuncios frecuentes de todo tipo. Funciona cuando la proporción entre buenos anuncios y malos anuncios es razonable. Si las noticias empiezan a empeorar generalmente el epidemiólogo-jefe tiene que volver a la política.

Como casi todo lo que interesa a la ciudadanía sobre el virus se expresa en números, el margen para el floro político suele ser muy estrecho. Lo cual deja al gobernante en la situación de prometer mejores cifras y esperar que eso se cumpla. Funcionaba cuando el coronavirus parecía más fácilmente domesticable.

Las propias cifras que daban cuenta de una domesticación del virus eran cuestionadas, cuando las había. Ahora las cifras de una segunda ola son criticadas, por sospechosas de manipulación: la cosa sería mucho peor de lo que se dice desde el gobierno. No hay discurso político serio que resista la acción de este tipo de aritmética.

No sabemos qué le han dicho a Sagasti los publicistas convocados. Pero una manera de ver la cosa es que en la pandemia los gobiernos se comunican con la población sobre todo a través de medidas concretas. No siempre tienen el efecto deseado, pero parecen un camino más seguro que tratar de convencer al público sin tomar las medidas adecuadas.

Debemos decir que para cuando Sagasti llegó ya las posibilidades comunicativas del gobierno en la pandemia ya eran un repertorio bastante agotado. Da la impresión de que el país ha pasado por todas las formas posibles de la esperanza, la confianza, la sospecha y el desencanto, más la mezcla de todos esos estados de ánimo.

Quizás en este momento la mejor campaña publicitaria sería poner en redes un sistema de tracking de la vacuna china, que le muestre a la gente cómo se va moviendo el producto desde los laboratorios chinos hasta los brazos peruanos.

La República

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