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Carlos Tapia

“Y terminé elegido al lado de otros escogidos. Gustavo Mohme, Nicolás Lynch, Teódulo Hernández de la CGTP, Ana María Yáñez, Javier Tantaleán...”.

Conocí a Carlos Tapia hacia finales de los ochentas. Era asesor del Centro de Promoción y Desarrollo Poblacional (Ceprodep) y secretario nacional del Movimiento Socialista Peruano. Me lo refirió Gustavo Gorriti, pues en esos tiempos, con mi jefe Jaime de Althaus, organizábamos extensísimas mesas redondas y entrevistas en el diario Expreso en torno a la guerra interna.

“El terrorismo tiene que ser derrotado. Política y militarmente”, solía reiterar Carlos. Desde su óptica, la estrategia subversiva contra Sendero Luminoso debía ser política e ideológica, antes que militar, y tenía que incorporar a la sociedad civil.

En consecuencia, había que “politizar la guerra”. Es decir, darle a lo político un lugar preeminente en la conducción de la guerra, y subordinar a ello lo militar, para que sea el brazo armado de la autoridad civil.

Tenía un conocimiento preciso y sumamente informado sobre los movimientos de Abimael Guzmán. Tapia estaba convencido de que, mientras el “Presidente Gonzalo” estuviera al frente, la viabilidad del fenómeno senderista no lograría sus objetivos.

Entre los principales estudiosos del tópico, Carlos Tapia era uno de los que descollaba, sin ninguna duda. La concreción de una estrategia antisubversiva democrática para pacificar el Perú era una de sus obsesiones.

En esa época lo debo haber entrevistado decenas de veces. En el periódico, en la radio, en la televisión. Y nunca defraudó. Siempre inteligente. Siempre divertido. Siempre con una pizca de locura y de audacia. Y lo más importante. Siempre con borbotones de decencia y honestidad y ganas de polemizar.

Como escribió Sinesio López en este papel: “Detestaba la política de la solemnidad. Asumía más bien la política como una actividad lúdica en la que desplegaba ironía y humor”. O como lo definió Jaime de Althaus: Tapia era, además de perspicaz, “muy dialogante”.

En una oportunidad, corría el año 1993, en una suerte de asamblea impulsada por Gustavo Mohme Llona en las oficinas de CAPECO, para discutir qué hacer contra los embates autoritarios del fujimorismo, se eligió al Comité Cívico por el NO, una coordinadora de independientes opositores al régimen autocrático. Tapia, de súbito, me propuso para la directiva. “Para que la derecha esté representada”, gritó. ¡Y me eligieron! Entonces era un chiquillo de veintiocho años que estaba ahí de curioso. Y terminé sentado al lado de los otros escogidos. Gustavo Mohme Llona, Nicolás Lynch, Teódulo Hernández de la CGTP, Ana María Yáñez, Javier Tantaleán, Carlos Chipoco, todos de izquierda, con excepción de Roberto Ramírez del Villar del PPC y Javier González Olaechea del Movimiento Libertad.

A lo lejos, Carlos, con su frente amplia, me observaba con mirada traviesa, sonriendo de lado, alzando la mano y el pulgar levantado. Hasta ahora tengo grabado ese momento en mi cabeza. Adiós, Carlos. Te vamos a extrañar.

Pedro Salinas

El ojo de mordor

Periodista y escritor. Ha conducido y dirigido diversos programas de radio y tv. Es autor de una decena de libros, entre los que destaca Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015), en coautoría con Paola Ugaz. Columna semanal en La República, y una videocolumna diaria en el portal La Mula.