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EE. UU.: la carga del odio

“Son tiempos difíciles para los demócratas pues su tarea principal consiste en unificar voluntades hacia un país con una identidad que recoja su actual realidad”.

“Nosotros construimos esta Nación. Los negros no nos van a reemplazar. Los latinos no nos van a reemplazar. Los judíos no nos van a reemplazar”.

Estos eran algunos de los slogans de los supremacistas blancos en Charlottesville, 2017, protestando por el retiro de la estatua del general confederado Robert E. Lee.

Los slogans aluden a temas centrales de la historia. Uno es la sensación de que “están perdiendo” el país que “ellos construyeron” desde la llegada de los Pilgrims en 1620. Y otro, ligado al anterior, que lo están perdiendo frente a sus exesclavos y los latinos, así como otros migrantes asiáticos, árabes y africanos.

En un artículo publicado ayer en Le Monde, La caída del ídolo Estados Unidos (www.lemonde.fr), el economista francés Thomas Piketty dice que el sistema esclavista jugó un rol central, no solo en el desarrollo de EE. UU. sino en el conjunto del capitalismo industrial occidental. Agrega que, de los 15 presidentes hasta la elección de Lincoln en 1860, no menos de once fueron dueños de esclavos, incluyendo a Washington y Jefferson. Y después hubo la Guerra de Secesión, que dejó 620,000 muertos.

Pero en la segunda mitad del siglo XX el avance de la lucha de la población negra por la obtención de sus derechos –donde destaca Martin Luther King– ha impactado en la estructura económica y social. Y también en la de poder, con Barack Obama y, ahora, con Kamala Harris.

A lo que se suman los cambios demográficos. En 1972, los blancos eran el 89% del electorado, los negros el 10% y los latinos/otros solo el 1%. En el 2020 la realidad es otra: los blancos son el 67% del electorado, los negros el 12% y los latinos/otros el 21%, de los cuales el 14% son latinos.

La población que vota por los demócratas (ver gráfico), si bien ha bajado al 2020 en la población blanca hasta el 40%, ha aumentado fuerte en la población negra (90%) y en los latinos/otros (60%). Y todo indica que la población blanca se reducirá aún más. De aquí el “temor al reemplazo”.

Pero no es solo demografía. Desde Ronald Reagan en 1980, las políticas neoliberales aumentaron la desigualdad, favoreciendo al 1% de la población, que ahora concentra el 40% de los ingresos. Y la globalización de las multinacionales causó la pérdida de millones de empleos en EE. UU., que se han ido a países con mano de obra barata.

La crítica a la globalización y al libre comercio (que también la tuvo Bernie Sanders) fue la consigna de Trump: hagamos a América grande otra vez, traigamos las fábricas y los empleos de vuelta a EE. UU. y echemos fuera a la mayor cantidad de migrantes (eso no lo planteó Sanders). Esta política populista que alegró a “su base”, sin embargo, no impidió la enorme rebaja de impuestos a los más ricos en el 2017, lo que aumentó la desigualdad.

Hay mucho más: el pésimo manejo de la pandemia (ya hay 390,000 muertos), su rechazo a la ciencia, negando el cambio climático (se salió de la COP 15), el rechazo total al multilateralismo (acuerdo con Irán) y la pelea con China por la hegemonía. Pero, sobre todo, el desprecio a los votos de sus compatriotas, no dudando en tirarlos al tacho, al mismo tiempo que promovió un golpe de Estado violento contra el Congreso y su propio vicepresidente.

Biden hereda un país dividido. Son tiempos difíciles para los demócratas pues su tarea principal consiste en unificar voluntades hacia un país con una identidad que recoja su actual realidad, justo cuando la pasión de un sector con problemas no resueltos (además, armado) tiene una carga de odio impresionante. Más difícil todavía si Trump, y su enorme ego, se quedan sueltos en plaza.

Conflcto político e identidad étnica en EE. UU.: 1948-2020.

Conflcto político e identidad étnica en EE. UU.: 1948-2020.

La República

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