Linajes y pituquería

“Y no hablo de la Confiep –la de los liberales, el Opus Dei, el Sodalicio y la ultraderecha católica–, ese es otro capítulo de este tinglado más perverso”.

Leo a Francisco Durand en el segundo número de La corriente. Sabe y bien. Acaso como Carlos Malpica, Alfonso W. Quiroz, Jorge Manco Saconetti. Conoce el Perú desde sus tripas y señala a la clase que ha impedido nuestro desarrollo, que mantiene al país a la deriva, con un millón de infectados por el Covid-19, con 36,609 muertos hasta el domingo y atrasado en la gestión de las vacunas.

Y de pronto fuimos sorprendidos por la pandemia y solo atinamos al “ponte la mascarilla” y “lávate las manos”. No obstante, los sistemas médicos, de ciencia, tecnología e innovación, casi no aportaron ninguna solución. Así sobrevivimos, si tuvimos suerte, pero las víctimas seguían sumando. Y no solo me refiero al lucro de clínicas y químicas, también a las agroexportadoras que no pagan a EsSalud.

Y Durand señala que la oligarquía en el Perú no ha muerto. Que ahí están con todo su poder las viejas familias, los especuladores financieros, los empresarios reciclados. Dice: “No olvidemos que sus descendientes son parte de la clase alta, cuentan con apellido, propiedades y rentas. Culturalmente, son el grupo de referencia. Los hábitos y costumbres, la manera de marcar las distancias sociales, su comportamiento cerrado y su orgullo de riqueza, la modalidad de trato con los demás, vive con ellos y con otros al haberse extendido a otros segmentos burgueses”.

Familias y cómplices forman elites económicas alimentadas por la endogamia. Es decir, el matrimonio o reproducción entre individuos de ascendencia común, de una misma familia, linaje o grupo. Ese es el Perú de los poderosos. Y el ser pituco, una forma de mantener la riqueza acumulada en un círculo pequeño de “gente conocida”, incorporando selectivamente a nuevos miembros con ciertos requisitos sociales.

Aquello que González Prada definía como ‘encastamiento’. Sí, los dueños del Perú, los Romero en Piura, los Wiese de Osma en Lima y los Ricketts en Arequipa. El apellido como mercancía. Acaso los Graña y Montero (grupo GyM), los Rizo Patrón (Cementos Lima), los Bentín Mujica (ex Backus), los Olaechea Álvarez Calderón (Tacama) y los Benavides de la Quintana (mediana minería), demuestran ese tránsito de oligarquía a burguesía de hogaño.

Y no hablo de la Confiep –la de los liberales, el Opus Dei, el Sodalicio y la ultraderecha católica–, ese es otro capítulo de este tinglado más perverso. El del disfraz político, hoy de moda con una veintena de candidatos.

La República

Los artículos firmados por La República son redactados por nuestro equipo de periodistas. Estas publicaciones son revisadas por nuestros editores para asegurar que cada contenido cumpla con nuestra línea editorial y sea relevante para nuestras audiencias.