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Berrinches contra la democracia

El triunfo de Joe Biden y la derrota de Donald Trump.

Ya es inexorable que Joe Biden será el 46˚ presidente de Estados Unidos y que Donald Trump será uno de los cuatro presidentes en más de un siglo que no logró reelegirse, siendo lo único pendiente el momento del anuncio, además de saber cómo harán para desalojar de la Casa Blanca a este imitador de Hugo Chávez, Nicolás Maduro y Daniel Ortega.

El berrinche de Trump como respuesta a su derrota, de la que se dio cuenta el martes por la noche cuando empezó su cantaleta del fraude, es posiblemente la razón principal por la que su fracaso es una gran noticia, pues un político que está dispuesto a degradar a una de las democracias más sólidas del mundo, ensombreciendo el resultado solo porque no puede aceptar su fracaso, es una persona despreciable.

Trump ha degradado la reputación de la democracia de Estados Unidos y profundizado la declinación de la influencia mundial de su país.

Estados Unidos puede tener problemas profundos, pero es un gran país, por su gente trabajadora y por el funcionamiento de algunas de sus instituciones fundamentales, como su democracia, pero eso es lo que Trump ha puesto en cuestión en los cuatro años de su administración, marcados por la mentira y el embuste, y el final con pataleta de su presidencia constituye la expresión más decadente del fenómeno.

El problema es que él ha perdido la elección, pero no por una avalancha de votos tras una presidencia lamentable. Mucha gente demostró que se identifica con ese estilo de matón que desborda las instituciones, y se dedicará durante los próximos cuatro años a movilizar a esos ciudadanos en contra de la recuperación de valores fundamentales que han sido motivo de orgullo para su población y el mundo.

La reconstrucción de la institucionalidad y la confianza de toda la población –no solo de los que votaron por él– es el gran desafío del presidente Biden.

Imposible, finalmente, dejar de identificar los parecidos entre Trump y Keiko Fujimori tras sus derrotas electorales. Políticos que no saben perder y que están dispuestos a dar rienda suelta a su pataleta, a costa de demoler el sistema que supuestamente ofrecieron defenderlo, son altamente dañinos para una nación democrática.

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