Tenemos listas de nombres de mujeres de distintas clases sociales y procedencia étnica enfrentando de todas las formas la sujeción colonial; tampoco es poco el material de archivo que ilustra sus gestas. Pero las heroínas quedan encapsuladas y muy pocas forman parte de la narrativa nacional. Listarlas no basta. Las calles no llevan sus nombres, ni plazas las conmemoran. Sus vidas no pueblan la imaginación de niñas y jóvenes, y es bueno que estas se sientan parte de su nación y de su narrativa, lo es también para nosotros y nuestro país. Las mujeres, chicas y grandes, se pueden encontrar con personajes que se convierten en referentes para orientarse, en puntos de apoyo para organizar sus propias vidas y poblar sus horizontes vitales, incluso para inclinarse a la lectura.
Toca entonces pensar que pasan otras cosas en torno a esas protagonistas embutidas en el relato tradicional. Nos preguntamos si no es una victoria pírrica colocar a las mujeres en lo heroico; una oportunidad con la que nos engolosinamos y terminamos reproduciendo las versiones tradicionales; y no solo de las mujeres sino de la propia historia. Solo algunas formas de ser y actuar trascienden; únicamente somos cuando nos acercamos a las formas de ser de los hombres, cuando ingresamos a sus espacios y los engrandecemos; a esos escenarios donde estos buscan la gloria y el reconocimiento. En el propósito de darles un papel, recortamos sus contornos como para que encajen en el molde de una historia en clave masculina y se oscurecen sus propias vidas.
Claro, las mujeres son capaces de armarse, de cabalgar, incluso de dirigir ejércitos y definir estrategias. Pero las más curan heridos, espían, entierran a los muertos, alimentan, cosen uniformes; paren los hijos de la futura patria, y en esos empeños aumentan las huérfanas cuyas retinas registran el nacimiento de la república que las expondrá a nuevas violencias y a las posibilidades libertarias.
Veremos algunas caras, intuiremos sus expresiones, sus colores y su indumentaria, podremos identificar a algunas, estarán entre una masa indeterminada y borrosa de mujeres indias, de rabonas sin rostro. Qué pocas fuimos y cuántas no fueron parte de esa historia, aparentemente.
Cómo hacemos para que la vida de las mujeres excepcionales no ensombrezca sino ilumine la de aquellas anónimas. Cómo acercarnos a ellas para que nos puedan decir de sus contemporáneas y de nosotras, de formas de pensar nuestras vidas y los caminos de la autonomía. A probar entonces aproximaciones y relatos que nos ofrezcan explicaciones del sentido de la independencia, de la personal y de la colectiva.
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