El espíritu crítico

Samuel Paty, profesor de colegio en Conflans Sainte Honorine, un suburbio de París, fue asesinado por un fanático musulmán. El motivo: haber enseñado en clase un curso sobre la libertad de expresión y de conciencia. En suma: el espíritu crítico. Francia le rindió un homenaje solemne en el patio de honor de La Sorbona. Su ataúd estaba flanqueado por las estatuas de Víctor Hugo y Louis Pasteur (las letras y las ciencias). El discurso central lo pronunció el presidente de la República, Emmanuel Macron.

Previamente, una de sus alumnas leyó la carta que le envió Albert Camus a su profesor en Algeria, donde el escritor creció en la pobreza material mas no en la espiritual, gracias precisamente a ese maestro de escuela. Esa carta la redactó el día que le otorgaron el Premio Nobel de Literatura.

En su discurso en ese patio imponente –que recorrí tantas veces, pero nunca tan sobrecogido como al ver esta ceremonia–, Macron recordó que Paty fue asesinado porque había decidido enseñar a sus alumnos a convertirse en ciudadanos. Sin obedecer a ninguna fe, ideología o creencia. Aprendiendo a pensar por sí mismos. Tras una campaña feroz de odio e infundios (disculpen el pleonasmo), fue degollado a plena luz del día. Las redes sociales fueron instrumentales, como tantas veces, en esta crónica de una muerte anunciada y deseada.

Si atravesamos el Atlántico, encontraremos no pocos ejemplos de crímenes cometidos y promovidos entre nosotros. Elijo el caso de Paola Ugaz por ser emblemático y de actualidad. La periodista es víctima de una campaña sistemática de falsedades grotescas –como los chats publicados por el diario Expreso, con groseras inconsistencias de fechas y horas–, destinadas a descalificarla y acusarla de corrupta. Recientemente ha sido querellada por el director del portal informativo La Abeja. Las investigaciones que viene realizando Ugaz sobre el Sodalicio, junto con Pedro Salinas, han desatado esta furiosa campaña en su contra, incluyendo amenazas de muerte.

Muchas otras personas son y han sido el blanco de campañas de desprestigio por defender causas justas en nuestro país: defensores de la Amazonía, de los derechos de las mujeres o los grupos LGTBI, etcétera. Si los dejamos solos, los condenamos, nos condenamos. Macron termina su discurso: “Porque en Francia, profesor, las luces no se extinguen jamás”. Hagamos de este compromiso una cuestión republicana.