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Los comisarios del pensamiento

''Pretenden apropiarse de las redes sociales para montar simulacros de los alucinantes procesos de Moscú, o de los tribunales sin rostro del fujimorismo''.

Los comisarios del pensamiento antes pululaban en los partidos autoritarios, en los regímenes totalitarios, en las dictaduras de izquierda y derecha.

Ahora han reaparecido en un espacio extraordinario desde donde se dedican a censurar, difamar o amenazar a los que no coinciden con su filosofía, ideología o gusto: las redes sociales. Mediante las redes sociales buscan conquistar un papel protagónico con la media verdad, la infamia o la mentira. Jamás se disculpan, porque se creen propietarios de la verdad.

Son peores que los comisarios del pensamiento que imaginaron en sus novelas George Orwell, Yevgueni Zamiatin o Ray Bradbury. Se erigen como falsos profetas de la corrección política. Y les encanta satanizar, estigmatizar y señalar a sus víctimas, para que los reconozcan rápidamente en público.

Dicen ser abanderados de la libertad de prensa, opinión y pensamiento, pero cuando alguno o alguna se manifiesta diferente, o no se suma a sus campañas, censuran a los que no calzan con su línea, con la misma o peor severidad que los directores del periódico nazi Völkischer Beobachter, o del estalinista Pravda o de la publicación castrista Granma. Todo esto parece del siglo pasado, pero no. Ocurre en este mismo momento.

Y como en los regímenes autoritarios, los nuevos comisarios del pensamiento también utilizan el terror para silenciar, perturbar o atacar a los disidentes. Como en su momento lo hicieron Andréi Zhdánov, la Banda de los Cuatro o Joseph McCarthy. Por eso, muchos han resuelto no combatirlos en las redes sociales porque saben que una avalancha de mierda les caerá encima. A estos comisarios no les interesa si el oponente tiene o no la razón, si sus argumentos son atendibles o su posiciones son válidas. Nada importa. Si uno no coincide con ellos, será crucificado con palabrotas, diatribas o memes.

Desde las redes sociales no solo presionan para imponer una línea de pensamiento que todos deben acatar sin dudas ni murmuraciones. Los relatos de Aleksandr Solzhenitsyn, Varlam Shalámov y Vasili Grossman, que sufrieron la represión, la persecución y la humillación por escribir diferente a los cánones ideológicos soviéticos, empalidecen en comparación con los ataques en manadas que desatan los comisarios del pensamiento de hoy contra sus oponentes. Pretenden apropiarse de las redes sociales para montar simulacros de los alucinantes procesos de Moscú, o como las escalofriantes audiencias de los tribunales sin rostro del fujimorismo, en los que todos eran culpables antes de que se iniciara el juicio. Así que desde ahora, al menos desde esta columna, recibirán contundente respuesta con nombre propio, porque no decir nada es como publicar páginas en blanco. El silencio es enemigo de la libertad de pensamiento.

La República

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