Insisto que los comunicados del gobierno no han dado resultados. Desde el “lávate las manos” hasta “yo me quedo en casa”. Hay un cortocircuito. Una descreencia. Otros mensajes horizontales sí calan. Desde que se viene la “ley seca” hasta “vamos a una fiesta Covid”. Las recomendaciones oficiales van a un saco roto. Desde hace un buen tiempo.
Hace unos días murió Higinio Capuñay. Este empresario se había dado cuenta de cómo operaban las comunicaciones en el Perú de hoy. Por ello, consolidó un emporio. En radio y prensa escrita. Aquella máxima de Pocho, “lo que le gusta a la gente”, era el secreto. Para un país informal, un mensaje idéntico.
Cultura chicha le dicen con desdén. Y los analistas no entienden. Capuñay –como los Añaños o los Huancaruna– había formado su corporación solo con su familia. Un exitoso modelo peruano del emprendedurismo a ultranza. El gamarrismo puro. “Un cholo que se hizo de abajo”, dicen sus lacayos. Y su fórmula funciona, aunque no esté en la Confiep.
Y si sus mensajes son eficaces es porque los del gobierno son un fracaso. Y digo por desconexión. Los peruanos ven a su presidente en la tele y cambian de canal porque saben que los están meciendo. En el espectro de las palabras gastadas, la muerte y su peste son incontenibles. ¿Y la vacuna? Mi tía Cristina dice que costará cien dólares y a ella sí le creo.
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