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En pantalla

La última vez que escribí sobre teleconferencias en el Perú, en abril, eran una novedad para la mayoría de nosotros. Cuatro meses más tarde son un aspecto trillado de la nueva normalidad. En ellas trabajamos o nos divertimos cada vez más horas del día y de la noche. Algunos empiezan a sentir que los aburre el mecanismo, y a encontrarle problemas.

De tener la pátina de un cierto encanto tecnológico, la teleconferencia ha pasado a ser simplemente lo que hay, ya no el complemento que era antes, sino un indispensable mal menor. Ahora las reuniones en pantalla suelen comenzar con un lamento protocolar por no poder estar juntos en una misma habitación.

El punto a favor es que no hay alternativa. Los inconvenientes ya son conocidos, pero van en aumento. El psicólogo Roberto Lerner acaba de añadir uno que quizás no era tan conocido: “Las plataformas virtuales no se prestan a una complicidad cercana”. Quizás nos recuerda que la distancia puede ser distancia para todo.

Otra faceta de lo anterior es que, por mucho que se encripte, la comunicación por vía digital no es un espacio de intimidad, aunque por momentos nos permita olvidarlo. En el ingreso a la pantalla hay un continuo que se interrumpe; pasamos, como en el título de Lewis Carroll, del otro lado del espejo.

Circula la idea de que la teleconferencia va camino de volverse bastante más que un sustituto. También a esto apunta Juan de la Puente en estas páginas cuando dice que “lo digital es y será en definitiva el principal recurso civilizatorio”. En tal contexto el contacto a distancia podría volverse una segunda naturaleza de parte de la humanidad.

La idea misma de lo que significa conocer a alguien, su sentido, sus alcances, podría estar empezando a cambiar. El teléfono arrinconó en parte a las relaciones epistolares cuando llegó el siglo XX, y luego los mensajes electrónicos de texto hicieron perder terreno a la llamada telefónica (demasiado súbita, demasiado íntima). Hoy estamos más tele que nunca.

Debemos imaginar que en algún momento la teleconferencia dejará de ser indispensable. Pero es probable que para entonces se haya convertido, en muchos aspectos, en una competidora seria de lo presencial. Habrá que verlo el día que tengamos que deshacer el Zoom.

La República

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