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Espacios públicos y ciudadanía

“Al defender espacios públicos de la voraz privatización, estamos construyendo ciudadanía, y de la buena, que es la que de verdad importa”.

¿Qué tienen en común los tres artículos anteriores de esta columna dedicados a la Costa Verde, Paracas y Lurín respectivamente? Algo muy simple: la defensa de los espacios públicos en el país.

Como no podría ser de otra manera, los espacios públicos en el Perú presentan las mismas taras que muchas otras promesas incumplidas de nuestra bicentenaria república, y en particular la promesa de la ciudadanía. No de cualquier ciudadanía, ciertamente no de una “república sin ciudadanos”, al decir de Alberto Flores Galindo, ni de “ciudadanos sin república”, de acuerdo a Alberto Vergara, sino de una ciudadanía republicana a la altura de su promesa primigenia: igualitaria e integradora. Para construir este tipo de ciudadanía son imprescindibles los espacios públicos. En ellos, los ciudadanos y ciudadanas se “igualan” en cuanto a derechos y obligaciones. En los espacios públicos, y solo en ellos, puede surgir un “nosotros”, un sentido extendido de pertenencia, una “comunidad imaginada” de la que podría surgir más adelante una identidad colectiva que nos aproximaría a un concepto más coherente de nación.

No sorprende, pues, el desprecio demostrado en la Costa Verde, en Paracas y en el valle de Lurín por los espacios públicos. El desenfado y la desvergüenza con la que poderosos grupos económicos creen tener el derecho de privatizar la riqueza cultural y natural de los espacios públicos, con la frecuente complicidad de las autoridades municipales y estatales, es solo un reflejo del país jerarquizado y discriminatorio que somos, del irrespeto que sentimos por el “otro” y de la ausencia del más elemental sentido del bien común.

No importa que la Costa Verde sea el espacio de veraneo y recreación más importante de la población limeña si puedo imponer por la fuerza, o mediante coimas, construcciones privadas como edificios y marinas en espacios públicos destinados para otros propósitos o en lugares prohibidos por la inestabilidad del suelo y por el peligro que ello representa para la seguridad de la población. No importa si para sacar minerales tóxicos deba poner en peligro una zona protegida por su riqueza y vulnerabilidad ecológica, por su rico patrimonio cultural e histórico, ni que con ello pueda afectar a los visitantes del segundo destino turístico más importante del país, como Paracas. No importa si para construir más viviendas e instalar más industrias deba cercenar el único valle que le queda a Lima y, además, violentar el paisaje del más importante santuario inca de la costa peruana, como Pachacámac en Lurín. Nada de esto importa. Total, como no interesa incluir e integrar, como no es importante defender y potenciar el bien común, como solo debe primar el interés privado, los espacios públicos son perfectamente prescindibles. En verdad, son un estorbo para el “desarrollo” del país, como a menudo se disfraza el más egoísta afán de lucro.

Es por esto que las recientes movilizaciones de esa ciudadanía responsable que se viene oponiendo tenazmente a los ecocidios en Paracas y Lurín son tan importantes, pues se convierten en los referentes obligados para enfrentar asedios similares que sin duda recurrirán en el futuro. Al hacerlo, al defender espacios públicos de la voraz privatización, estamos construyendo ciudadanía, y de la buena, que es la que de verdad importa.

Finalmente quiero invocar al alcalde Jorge Muñoz Wells, a quien considero una persona proba, tome las riendas del preocupante y sensible tema de Lurín e imponga su autoridad para salvaguardar el espacio verde y el aire limpio que tanto necesita Lima. ¡A ello, Sr. alcalde, ya que necesitamos más oxígeno en esta pesadilla actual!

La República

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