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América Latina en la guerra tibia

“Tendrá que llegar el día en que los latinoamericanos aprendamos a no competir entre nosotros sino a competir (juntos), con los otros”.

Estados Unidos no debe optar “entre el tirano de tierra (Francia) y el tirano del océano (Inglaterra)”, decía, hace más de dos siglos, Thomas Jefferson.

El cierre del consulado chino en Houston, esta semana, ha sido un paso más en la guerra tibia que libran EE. UU. y China. Tibia, porque no es política ni ideológica, sino, lo que es más peligroso, comercial y tecnológica. Pese a las diferencias étnicas, un “pleito de blancos” en el argot peruano.

En esta competencia por la hegemonía, América Latina tiene que mantener los lazos de amistad y cooperación con los Estados Unidos.

Por otro lado, China es hoy el principal socio comercial de América del Sur. La relación con China es imprescindible. Aunque para el señor Claver-Carone, candidato de Trump a la Presidencia del BID, esta relación sea “anatural”.

En la guerra tibia, conviene recuperar el “no alineamiento” que el Perú asumió desde la generación del Embajador Carlos García Bedoya. Una trayectoria que se expresó en el Consenso de Viña del Mar, en el reconocimiento de la beligerancia en Nicaragua por parte del Pacto Andino, en la gesta del Grupo de Río, y en el compromiso inicial que llevó a UNASUR.

El “no alineamiento” de los países del sur del mundo no es un invento de Nehru, Nasser, Tito, Sukarno y Nkrumah, al que nos sumamos los peruanos y luego casi todos los países latinoamericanos. No tomar partido en el conflicto entre las grandes potencias es una vieja manera de defender los intereses propios.

Ésta fue la política británica del “splendid isolation” en el siglo XIX. Y la principal inspiración de la política exterior estadounidense, desde George Washington, con su célebre testamento, hasta Woodrow Wilson.

América Latina ganaría mucho si afirmara su autonomía internacional en base al no alineamiento. En cambio, seguirá perdiendo su identidad si mantiene una obsecuencia, que, a estas alturas, es más ideológica que realista o pragmática.

Lo peor ocurre cuando este alineamiento se produce contra la opinión predominante en los propios EE. UU.. Así, si Claver-Carone fuera electo presidente del BID y Biden ganara las elecciones estadounidenses del próximo noviembre, los latinoamericanos habríamos colocado a la cabeza del BID a un ciudadano que ni siquiera expresa al gobierno de su país. Habríamos demostrado nuestra total incapacidad, al no poder ni siquiera postergar por unos meses una elección, la del BID, a todas luces, inoportuna.

Felizmente, el Canciller peruano ha declarado que el Perú votará por el candidato que tenga consenso. Lo que no ocurre hoy en día con ninguno. Consenso, no basta con la mayoría.

Nunca estuvimos los latinoamericanos tan débiles y desarticulados. No tenemos ningún organismo de cooperación o integración que no esté en ascuas. Y nos damos el lujo de crear monigotes como PROSUR.

Tendrá que llegar el día en que los latinoamericanos aprendamos a no competir entre nosotros sino a competir (juntos), con los otros. Podríamos empezar a hacerlo, de inmediato, con la adquisición de la vacuna contra el COVID. Y a corto plazo con la explotación del litio.

Rafael Roncagliolo

Cara al futuro

Rafael Roncagliolo. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.


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