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Su excelencia se ha contagiado

En la historia los políticos han escondido sus problemas de salud, todo lo que han podido.

Gobernantes contagiados se ha vuelto un asunto de todos los días, prueba de que el poder no inmuniza. Entran a la lista los que desafiaron al virus ignorándolo, y también los que tomaron sus precauciones. Algunos se han curado, otros están en tratamiento. Incluso altos funcionarios han fallecido.

En la historia los políticos han escondido sus problemas de salud, todo lo que han podido. Estar enfermo es un hándicap político para quien ejerce el poder, y en algunos casos señal de que los años lo están alcanzando. Los rumores en este sentido llevan a hacer demostraciones de fuerza, como Mao Tsetung nadando en el río Yangtsé en 1966. Este ocultamiento funciona mejor en enfermedades relativamente lentas, y es indispensable cuando ellas son de pronóstico muy reservado. Como fue el caso de la tuberculosis en el siglo XIX o es el del cáncer desde el siglo XX.

Los buenos tratamientos resuelven las cosas, o al menos las demoran todo lo posible. La situación con el coronavirus es muy diferente. Una enfermedad tan difundida no acarrea un estigma político, y las posibilidades de salir del paso son reales. El contagio se puede dar sin síntomas, pero estos pueden aparecer rápido. No existe, pues, manera de ocultar la infección más allá de un cortísimo tiempo, ni necesidad de hacerlo.

Algunos contagios pueden ser políticamente útiles. Boris Johnson, el premier británico, en cierto modo expió las culpas de su mala política inicial frente al virus con un contagio serio que lo llevó hasta una UCI, y del cual finalmente salió bien librado, y hasta con mejores ideas sobre el tema epidemiológico.

Susan Sontag escribió en 1978 que en la historia las enfermedades graves, TBC o cáncer, han funcionado como metáforas que culpabilizan a sus víctimas. Lo cual hizo de ellas enfermedades vergonzosas, a todos los niveles sociales.

¿Hay ya una metáfora del coronavirus? En verdad hay varias, que van desde la inevitabilidad (una universalidad) del contagio hasta la culpa de no haberse cuidado bien. Pero la carga del reproche está en quien contagia, no en quien es contagiado. En esto los gobernantes se salvan, digamos que un poco. Siempre les quedará la responsabilidad de sus políticas.

La República

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