El Congreso, una pandemia

Desde el último fin de semana el congreso ha logrado devolvernos a la “vieja normalidad” de un sopapo. No eran suficientes el tráfico, la delincuencia o los accidentes para sentirnos como antes de la pandemia. Tenían los congresistas, salvo pocas y honrosas excepciones, que recordarnos esa precariedad institucional que es, precisamente, la causa de que en este país campee la corrupción y la ineficiencia, donde las autoridades velan más por sus intereses particulares, los de sus amigos y/o financistas.

Son esos políticos quienes, coludidos con mafias, estafadores, cuellos blancos y corruptos, mantienen al país sin educación de calidad, sin hospitales, sin agua ni desagüe o energía eléctrica en miles de hogares peruanos, con elevados índices de informalidad y de inseguridad ciudadana, sin un transporte público decente, sin conectividad, ni tecnología para todos.

Esos políticos que se esfuerzan por perpetuar el statu quo que les garantice mantener a los ciudadanos ignorantes, indiferentes, conformistas, que eligen como gobernantes a los tipos chistosos, altisonantes y populistas. No importa si tienen sentencias, abandonaron a sus hijos o son violentos con sus parejas, intolerantes o discriminadores. Por supuesto, tampoco importa si matan menos, o roban, pero hacen obra, aunque la hagan mal porque no se cae, sino que se desploma.

Es culpa de nosotros de los electores, sí. Pero hay que reconocer también que no hay mucho de donde elegir porque a los partidos les conviene mantener las cosas como están. Vivimos en círculo vicioso y con un congreso que es, desde hace mucho, una pandemia.