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Adultez mayor

“Virus maldito, nos amenazas con matarnos, nos adelantas el descarte, la caducidad, a los 65 años”.

Es cuestión de tiempo. Pronto, espero que no tan pronto, si es que antes no sufro un accidente o me asalta una enfermedad terminal y me vaya yo primero, mis seres queridos mayores irán desapareciendo. Serán retirados de este mundo como las piezas de un tablero de ajedrez.

De hecho, ya lo han hecho algunos. Cercanos los cincuenta, como en mi caso, el cuerpo no responde como antaño y se extrañan, más que nunca, aquellos días en que la máquina podía trabajar y, al mismo tiempo, divertirse sin parar. ¿Cómo será la muerte? ¿Habrá algo después? ¿Y si solo es la nada lo que nos espera? ¿Y si solo seguiremos viviendo en la mente y en los corazones de quienes nos sobreviven? Es duro cuando el verano termina, así haya sido bueno.

El ocaso comienza, el otoño te avisa que llegará el invierno. El coronavirus te recuerda, te enrostra, que incluso aquellos jóvenes de hoy serán los viejos del mañana y que desde que nacemos empezamos a morir. Es curioso, ya ves viejos también a quienes son más jóvenes que tú y los abismos se acortan. Así que no me mires, jovencito, como un individuo de segunda, que el sol sale para todos y la noche llega para todos.

Dueño del mundo hasta los 30, con suerte, hasta los 35. No hablo de erecciones, no hablo de performances machistoides, hablo de la finitud, de que todo lo que sube, tarde o temprano cae. Virus maldito, nos amenazas con matarnos, nos adelantas el descarte, la caducidad, a los 65 años. Todos, con suerte, seremos adultos mayores, no los olvidemos. No son un estorbo, no son solo vulnerables, no son una carga. Somos nosotros.

La República

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