¿El 30 de abril es feriado o día no laborable en Perú?

Supervivencia mental

“Como sociedad, veremos afectada la calidad de nuestros vínculos de maneras imprevisibles”.

Era evidente que, conforme nos adentráramos en las tinieblas más densas de la pandemia, los sempiternos males peruanos se irían acentuando. Y con estos, las respuestas irracionales, propias del pánico. Cuando las personas se ven abandonadas –y esto en el Perú no es novedad; lo nuevo son las proporciones dantescas– hacen cualquier cosa para sobrevivir. Física y mentalmente. Debido a esta emergencia, la salud mental ha cobrado una presencia mediática inédita en nuestro país.

La revista literaria Hueso Húmero solía colocar un aviso, recordando a sus lectores que la cultura en el Perú era la última rueda del coche. En el ámbito de la salud, lo propio se puede decir de la mental. Si esta feroz pandemia nos ha recordado de la manera más cruel la precariedad vergonzosa de nuestros servicios de salud pública, los de salud mental son esa rueda olvidada. Algo como lo que sucede con esos pacientes abandonados por sus familias en algún “manicomio”.

Solo que ahora las víctimas somos todos. Unos, claro está, con mayor gravedad que otros. En función de nuestras posibilidades tanto económicas como psíquicas. Las encuestas previas a la pandemia ya arrojaban resultados catastróficos en lo que atañe a personas capacitadas para asistencia en salud mental. Si hace unos pocos meses –que en tiempos de confinamiento son una eternidad– esa escasez era dramática, hoy es trágica.

Es comprensible que personas desesperadas por encontrar una cama UCI, un balón de oxígeno, un médico que los atienda, no estén pensando en hablar con un psicoterapeuta. Pero al lado de esos casos de urgencia, hay millones de personas que sí requieren un apoyo vital para conservar un mínimo de equilibrio. Como me dijo una persona, presa de una angustia desbordante: “me siento desquiciada”. Los trastornos de ansiedad generalizada, la depresión, el insomnio, el estrés postraumático, constituyen una epidemia silenciosa que socava la calidad de vida de buena parte de los peruanos. Los niños, por ejemplo, están inermes. Aún si tienen el privilegio de los medios virtuales, ellos necesitan jugar, correr, pelear, tocar.

Las secuelas de este periodo ominoso no solo serán pulmonares, renales o venosas. Como sociedad, veremos afectada la calidad de nuestros vínculos de maneras imprevisibles. Siempre podemos esperar aprender la lección, aunque la experiencia nos induzca al escepticismo.

La República

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