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Angustia personal y social

“La situación de los ambulantes nos retrata de cuerpo entero. Desesperados por la necesidad, salen a las calles y se aglomeran ahí donde hay más clientes...”.

El jaque que nos ha planteado la pandemia del coronavirus tiene tantas amenazas conjugadas que resulta abrumador. Desde lo más íntimo -el miedo por nuestra integridad física y mental-, pasando por el peligro para nuestros seres queridos, hasta la dimensión más social. En la avalancha de noticias desalentadoras que recibimos a diario, es imposible desoír el clamor por una sociedad menos desigual. Ha sido preciso que sintamos en carne propia que nuestros destinos están inextricablemente ligados, para que pensemos en la inviabilidad de una sociedad en donde la salud y la mera subsistencia son el privilegio de unos pocos, muy pocos.

Los escépticos vaticinan que esta conciencia de injusticias que matan se adormecerá de nuevo cuando, como decía Shakespeare en Hamlet (acto III), “así empieza lo malo y lo peor queda atrás”. Javier Marías lo toma para el título de una de sus últimas novelas. En realidad recomienza lo malo, en lo que a los peruanos respecta. Pero todavía no estamos ahí y no sabemos cuándo será ni qué pasará después. Ni tampoco sabemos si entonces querremos saberlo o, como piensan los escépticos, procuraremos olvidarlo y seguir como antes: business as usual.

La situación de los ambulantes nos retrata de cuerpo entero. Desesperados por la necesidad, salen a las calles y se aglomeran ahí donde hay más clientes o vendedores, como en Gamarra o muchos mercados. Las autoridades, tras algún retraso producto de un Estado ineficiente y pesado desde siempre, salen a perseguirlos. Inútil empeño. Quien ve a sus hijos morir de hambre, saldrá a buscar el sustento, cueste lo que cueste. ¿Quién no haría lo mismo?

Las soluciones imaginativas, como la de la ciudad de los 15 minutos -en donde tienes todos los servicios a esa distancia temporal-, no se pueden poner en práctica en muchos distritos de la capital y otras ciudades, en plena emergencia. Lo que es factible es pensar esa convivencia, ese contrato social, y luchar para que el olvido no relegue esas reflexiones y propuestas. Ese olvido no es flojera ni casualidad: es el producto de una visión fragmentaria, ideológica, basada en la hegemonía de los privilegios. El racismo, el sexismo, el clasismo y todas las discriminaciones que nos separan son los guardianes de esa visión del mundo que persigue a los ambulantes en lugar de ayudarlos a ganarse la vida de manera organizada.

La República

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