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Brasil: ¿virus o tumor?

“Contribuyó al más de medio millón de personas ya contagiadas y 30 mil fallecidas, el país más golpeado por la pandemia después de EE.UU. y nuevo epicentro mundial”.

Absorbidos estamos por la evolución del SARS-CoV-2, y, estos días, por las tremendas protestas ciudadanas en EE.UU. contra el asesinato de George Floyd y la arrogancia de Trump. Mucho cuidado, sin embargo, con descuidar lo que pasa en nuestro barrio sudamericano y los alarmantes proyectos autoritarios nada menos que de Jair Bolsonaro, presidente del Brasil.

Siendo la autoridad suprema de las fuerzas armadas –art. 142 de la Constitución– no se trata de cualquier provocador lanzando bravatas. Al virus de la pandemia podría suceder el cáncer de una dictadura militar en el país más grande y poblado de América Latina.

Personalista, populista y autoritario, ya se ha destacado por su poco responsable conducta frente a una pandemia que “ninguneó”. Es más, ignorando sistemáticamente cualquier regla de distancias, contribuyó al más de medio millón de personas ya contagiadas y 30 mil fallecidas, el país más golpeado por la pandemia después de EE.UU. y nuevo epicentro mundial de acuerdo a la OMS. Probablemente de poco le servirán las dos millones de dosis de hidroxicloroquina –medicamento suspendido por la OMS– que su alter ego Trump envió esta semana a Bolsonaro.

Pero que el árbol de estos estropicios no nos impida ver el delicadísimo y preocupante proceso político cuyo desarrollo y repercusiones van más allá de la pandemia y de víctimas que aún se producirán. La propuesta autoritaria que Bolsonaro abiertamente impulsa –cerrar el Congreso y el Supremo Tribunal Federal (Corte Suprema)– no puede ser más transparente en el proyecto “retro” de reeditar una dictadura militar como la que rigió el país por veinte años.

Esta amenaza suscita al menos tres reflexiones.

Primero, recordando el pasado, no se puede soslayar que, pese a las distancias culturales y físicas con Brasil, el militarismo autoritario brasilero de 1964 no quedó en casa, sino que fue la primera pieza de un dominó militarista que cubrió toda la región, con su “Operación Cóndor” y demás.

Segundo, un proceso de polarización política y social esencialmente generado por el propio presidente y para confrontar con virulencia las investigaciones sobre abuso de poder del Supremo Tribunal Federal (Corte Suprema) y su respetado magistrado decano, Celso de Mello, que desempeñan papel crucial en esta coyuntura para defender a la sociedad de la amenaza dictatorial.

Tercero, pese a su origen, Bolsonaro no las tiene todas consigo con la institución militar que conoce el costo tremendo de asumir las riendas de un país. Los pasos de Bolsonaro inquietan a la oficialidad militar y la mayoría de altos oficiales para los cuales asumir las más relevantes funciones gubernamentales no es una opción institucional.

La restauración democrática en Brasil desde 1984 no ha sido, sin embargo, un viento fugaz. Hay hoy una sociedad mucho más informada y consciente de sus propios derechos y que ya está en las calles resistiendo a las tentaciones autoritarias. La historia ha dado ejemplos, sin embargo, de que el desempleo y pobreza crecientes –engrosados por el impacto del virus– abren escenarios que son terreno fértil para proyectos autoritarios. Y que el dominó podría reeditarse.

La República

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