Donald Trump le ha declarado la guerra a las redes sociales. Todo empezó el lunes, cuando Twitter calificó una de sus publicaciones como «engañosa». Al día siguiente, dejando en claro que emplearía todo su poder para sancionar a estas plataformas si seguían implementando herramientas que obstaculizaran su trato directo con sus seguidores, emitió una orden ejecutiva para reducirles la protección legal.
La escalada empeoró el viernes cuando, a propósito de las protestas en Minneapolis por el asesinato de George Floyd a manos de un policía, Trump publicó un mensaje donde advertía que los manifestantes podrían ser abaleados. Twitter ocultó esta publicación y advirtió que infringía sus normas contra la glorificación de la violencia.
Ha pasado buen tiempo desde que las redes sociales aparecieron como el nuevo refugio de la libertad y la verdad, donde las personas vertían sus opiniones directamente, sin censura, y donde hasta el individuo más anónimo podía confrontarse con intelectuales, actores, poderosas corporaciones o grandes medios de comunicación.
Queda muy poco de ese ingenuo sueño. Con los años, las hemos visto convertirse en el espacio favorito de la manipulación, la mentira, el prejuicio y el odio. En lugar de enriquecer el debate, sus algoritmos han contribuido a profundizar la polarización, agrupando a quienes piensan igual, distanciándolos de las ideas contrarias, impidiéndoles recibir argumentos que les permitan saber si están equivocados.
Los intentos de las redes sociales por descontaminarse son necesarios, pero llegan muy tarde. Al haber tolerado por tanto tiempo las mentiras, las amenazas y la violencia verbal del peor calibre, han permitido a los extremistas, fanáticos de las teorías de la conspiraciones, políticos inescrupulosos y lunáticos articularse y viralizar su información, otorgándoles una tribuna privilegiada.
Ahora son esas mismas hordas fortalecidas por Twitter las que se lanzan en su contra por la aplicación de filtros, acusándola de ser parte de un complot con Trump como víctima. Algo parecido lo lleva haciendo el partido español Vox, cuya cuenta fue cerrada por decir que el gobierno del país promovía «la pederastia con dinero público».
En esta polémica las redes sociales están pagando su irresponsabilidad de origen, que creó las mismas fuerzas que ahora lo atacan. Seguir siendo una ilimitada caja de resonancia de los bulos y las frustraciones humanas atentaba contra su reputación y perjudicaba su negocio, por eso han debido afinar su regulación.
Por su parte, con todo el poder de su cargo a cuestas, Trump es consciente de que necesita a Twitter. Pero sabe que solo le servirá mientras le permita evacuar sus barbaridades y embustes sin ninguna cortapisa. ¿Eso es atentar contra su libertad de expresión?
Raúl Tola. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.